LA MÁQUINA DEL TIEMPO: Victus, de Albert Sánchez Piñol, por Ancrugon
Con mucha frecuencia se comete el error de justificar o analizar hechos
del pasado desde el prisma del presente, sin darnos cuenta que esa misma
distancia temporal, ese abismo social y cultural, nos distorsiona completamente
la realidad… Cierto que a lo largo de todos los periodos de la existencia del
ser humano muchas comportamientos, vicios, virtudes, y actitudes se han
repetido en una especie de bucle fatalista que amenaza con seguir así hasta el
final de los días, pero con todo, para comprender perfectamente algo ocurrido
en un momento de la historia deberíamos pensar, sentir y vivir como los
protagonistas del mismo. Por ello, a la hora de comentar una novela de corte
histórico como “Victus”, de Albert
Sánchez Piñol, sospechar que su autor ha buscado algún tipo de oportunismo o,
incluso, revanchismo, yo lo considero algo totalmente insólito ya en el mismo
acto de intentarlo, y ya no digo en el de insinuarlo, porque afirmar que algo
ocurrido hace tres siglos es la causa del estado actual de las cosas, olvidando
todo lo que haya acontecido desde entonces como si ello no hubiera tenido
ningún valor determinista y sólo aquello fuera lo que ha establecido el status quo presente, es demasiado
simplista o, mucho peor, demasiado interesado y maniqueo… como si fuera tan
fácil dividir los personajes del pasado en buenos o malos… Y digo esto porque cuando
nos enfrentamos a un texto histórico tendemos rápidamente a interpretar los
acontecimientos y darles una interpretación desde la perspectiva actual,
utilizando aquellos como explicación a lo que nos ocurre ahora, pero por mucho
que nuestra cultura se le llame latina, por ejemplo, poco tenemos que ver ya
con los antiguos patricios y sí mucho más con las tradiciones anglosajonas,
pues lo que nos afecta directamente no son aquellos polvos, sino los lodos más
recientes.
No es que la historia se repita, que no lo hace, lo que sí se reproduce
es la colección de errores, mezquindades, torpezas y bajezas de los “héroes”
que suelen aparecer en los libros de historia, que inevitablemente suelen
coincidir con los dirigentes y gobernantes y cuyas consecuencias sufre la gran
masa llamada pueblo a quienes, se supone, deben cuidar… Entonces, ¿es esto la
demostración de que sí hay buenos y malos?, pues no, sencillamente hay fuertes
y débiles, pero, y eso lo podemos comprobar repasando toda la serie de
diferentes revoluciones habidas a lo largo de los siglos, si por alguna
conjunción estelar o social o lo que sea, algún grupo de los de abajo asciende
a posiciones más ventajosas, el comportamiento es el mismo que el de quienes
desterraron, y esto, tristemente, valida a la perfección aquella máxima dicha
por Laurence J. Peter: “la nata sube
hasta cortarse”. O lo que es lo mismo: toda persona tiende a ascender hasta
su nivel de incompetencia… ¿Solución?, pues nos la dio nuestro filósofo José
Ortega y Gasset cuando dijo aquello de: “todos
los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque
han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”… Claro que aquí, además
de “empleados públicos”, y con mucha más razón, deberíamos añadir “cargos
políticos”, pero ahí creo que tocaríamos hueso…
En la primera vemos a un joven Martí quien viaja hasta el castillo de
Bazoches para prepararse como ingeniero militar bajo la tutela del gran Marqués
de Vauban, Mariscal de Francia y el más famoso ingeniero militar de su tiempo,
sobre todo en la creación de fortificaciones y en conquistar las mismas. A la
muerte de su tutor, Martí se incorpora al ejército francés que se dispone a
luchar en la Península y, nada más llegar, es espectador de primera fila de la
Batalla de Almansa, donde el Duque de Berwick, al mando de las tropas
borbónicas, derrotó a las tropas austracistas comandadas por Henri de Massue y
el Marqués das Minas, siendo ocupado el Reino de Valencia y perdiendo
definitivamente sus fueros. Posteriormente sufre una emboscada en pueblo
turolense de Beceite por un grupo de miquelets,
o mercenarios de las milicias populares de la Corona de Aragón, donde ve por
primera vez a Esteve Ballester, otro personaje de bastante importancia en la
novela. Esta primera parte concluye con Martí participando en el asedio de la
ciudad tarraconense de Tortosa como ingeniero y donde conocerá a Amelis, al
niño Anfan y al Enano, quienes se buscaban sustento robando en las trincheras.
Tras la derrota de Tortosa, se vuelve a Barcelona donde formará una extraña
familia con Amelis, Anfan, Enano y su viejo cuidador Peret, se alista en el
ejército de los Austrias y conoce a Villarroel… Pero no quiero desvelaros más
para que lo podáis descubrir vosotros mismos en vuestra lectura.
Sánchez Piñol, quien normalmente lo hace en catalán, escribió “Victus” en castellano por la sencilla
razón de que la mayor parte de la documentación con la que trabajaba estaba en
esta lengua, por lo cual le suponía menos esfuerzo al no tener que traducir
constantemente. Su primera idea era contar la historia “desde abajo y por los de abajo”, por lo que la mayor parte de sus
personajes son gentes del pueblo y los de más alto rango son todos históricos.
La voz central, un pícaro, un vividor que llega a ser alguien a pesar de que
siempre intenta escurrir el bulto, y a quien no le importan ni los bandos, ni
las ideologías, sino, simplemente, salvar el tipo. Y Sánchez Piñol, en contra
de lo algunos esperarían de él, muestra un gran sentido de la ecuanimidad al
dejar claro cómo eran las cosas, tanto en un bando como en otro, y demostrando
que en esos momentos la única víctima es el pueblo, hable como hable, viva
donde viva y piense como piense. Los de arriba, rara vez pierden mucho, pero
los de abajo, por poco que pierdan, lo pierden todo, y por ello son capaces de
los actos más heroicos, porque no luchan por ideales cambiantes, ni por
dirigentes pomposos e hipócritas, ni por unas libertades ficticias, ni unas
leyes escritas que los de arriba siempre manejan a su antojo. sino por su
supervivencia y la de los suyos.
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