EL ARPA DORMIDA: La magia de las palabras. Wislawa Szymborska, por Ancrugon

 

La herramienta más importante

para un poeta es la papelera.

Wislawa Szymborska

Wislawa Szymborska amaba la poesía, la mimaba, la cuidaba, pero no le gustaba hablar sobre ella. Lo esencial de la poesía, para ella, eran las palabras, esas palabras cotidianas que utilizamos cada día, las de la vida diaria, por eso, Szymborska comenzó escribiendo relatos cortos, cada vez más cortos, hasta que se convirtieron en la esencia de una historia, y eso era poesía. Su poesía se nutría de la realidad, de todo aquello que ocurría a su alrededor, otra cosa era hasta dónde le llevaba su fantasía.

Wislawa Szymborska, nacida en Bnin el de julio de 1923, residió la mayor parte de su vida en la bella capital del voivodato de Malopolska (Pequeña Polonia), la ciudad polaca de Cracovia, la misma donde nacieron Karol Józef Wojtyla (el Papa Juan Pablo II), el pianista Josef Hofmann, , el poeta Czeslaw Milosz (Premio Nobel de Literatura 1980), el filósofo Roman Ingarde o el historiado Henryk Grossman. Allí estudió literatura y sociología en la Universidad Jagellónica, involucrándose en los ambientes intelectuales y literarios de la ciudad de la mano de su amigo Czeslaw Milosz, y trabajando durante años en la revista Zycie Literackie.

Mujer de gustos sencillos, rebosaba de una alegre vitalidad, aunque algunas veces también se deprimiera y se encerrase sin querer ver a nadie, tenía un trato amable y suave, siendo una gran aficionada al cine, sobre todo, admiraba a Woody Allen, y le gustaba estar rodeada de sus amigos a quienes solía gastar divertidas bromas.

En su juventud se dejó ganar por la doctrina estalinista y formó parte del POUP (Partido Obrero Unificado Polaco), de cuyas ideas y partido se distanciaría con los años llegando, incluso, a colaborar con la oposición democrática, devolviendo el carnet en 1966 en solidaridad con el filósofo Leszek Kolakowski, por lo que perdió su trabajo como redactora y sobreviviendo de las traducciones y de su columna en Zycie Literackie sobre libros desechados por los críticos, “Lecturas no obligatorias”.

Aunque comenzó su camino artístico como pintora y dibujante, su afición a la lectura le llevó a escribir, primero historietas y relatos, luego poesía, hasta descubrir que esto era lo que deseaba hacer. Sin embargo, a pesar de que había comenzado a escribir muy joven, sobre todo gracias al impulso paterno, su timidez le impedía enseñar sus trabajos a nadie, hasta que un buen día de 1945 llevó dos extensos poemas a una revista, de ellos sólo publicaron uno y resumido, se titulaba “Busco la palabra”, pero le sirvió para seguir adelante, tenía 21 años y el Dziennik Krakowski (Diario de Cracovia) lo publicó el 14 de marzo:


Quiero definirlos en una sola palabra:
¿Cómo son?
Tomo las palabras corrientes, robo de
los diccionarios,
mido, peso e investigo.
Ninguna
responde
La más valiente – cobarde,
La más desdeñosa – aún santa
La más cruel – demasiado
misericordiosa,
La más odiosa - poco porfiada.
Esta palabra debe ser como un volcán,
que pegue, arrastre y derribe,
como la temerosa ira de Dios,
como el hervor del odio.
Quiero que ésta una sola palabra
esté impregnada de sangre,
que como los muros del calabozo
encierre en sí cada tumba colectiva.
Que describa precisa y claramente
quienes eran - todo lo que pasó.
Porque lo que oigo,
lo que se escribe,
resulta poco,
siempre poco.
Nuestra habla es endeble,
sus sonidos de pronto - pobres.
Con empeño busco ideas,
busco esta palabra -
y no la encuentro.
No la encuentro.

Scymborska y Filipowicz
En la vida amorosa de Szymborska sólo hubo dos hombres: Adam Wlodek, también poeta y traductor, con el que se casó en 1948, y aunque su matrimonio sólo duró seis años, su amistad se mantuvo hasta la muerte de éste, ocurrida 1986; y el escritor Kornel Filipowicz, cuya historia de amor duró veintiún años y juntos fundaron la Asociación de Cursos Científicos, que proporcionaba ayuda a los estudiantes al margen del ámbito estatal. Era la época de “Solidaridad” y, aunque ella no estaba afiliada al sindicato, su simpatía por sus ideas era más que evidente, por lo que fue apartada de todos los circuitos oficiales e, incluso, se le prohibió viajar al extranjero, en especial a los países de Occidente.

Como hemos indicado en la cita del inicio, Szymborska era una trabajadora concienzuda y engarzaba las palabras en las frases con el mismo cuidado y mimo que emplearía un orfebre al colocar un diamante en una joya de gran valor, por lo que muchas mañanas desechaba bastante de lo hecho el día anterior, hasta encontrar el ritmo y la musicalidad que buscaba. A ella no le interesaban las modas ni los movimientos literarios y era fiel a su propio estilo diciendo, con su peculiar sentido del humor, lo que le salía de muy dentro, pero sin estridencias ni gestos grandilocuentes, pues su poesía era un río tranquilo que fluía de manera apacible.

Su primer libro, aparecido en 1952, fue Por eso vivimos, y dos años más tarde llegaron Las preguntas planteadas a uno mismo, ambos con una intención claramente política y social y bajo la influencia del comunismo estalinista, algo de lo que se arrepentiría años más tarde y que achacó a la ingenuidad e ignorancia de la juventud:

 

ANIMALES CIRCENSES

 

Al compás patalean los osos,

el león salta por un aro en llamas,

el mono con túnica amarilla anda en bici,

chasquea el látigo y la musiquilla suena,

chasquea el látigo y mece los ojos de los animales,

el elefante pasea con una garrafa en la cabeza,

los perros bailan midiendo los pasos con cuidado.

 

Siento mucha vergüenza, yo – humana.

 

No se divirtieron bien ese día:

no les faltaron aplausos sonoros,

aunque la mano, un látigo más larga,

lanzaba su aguda sombra sobre la arena.

                   (De Por eso vivimos)

Llamando al Yeti, aparecido en 1957, y Sal es de 1962, ambos libros nos muestran una Szymborska evolucionada, bastante más cercana a la que conoceremos en su plenitud. Con Sal recibiría el Premio del Ministerio de Cultura polaco y, dos años más tarde, siendo ya famosa entre el público, se publica su primera antología, Poemas escogidos:


ANUNCIOS POR PALABRAS

 

Cualquiera que conozca el paradero

de la compasión (fantasía del alma),

- ¡que avise! ¡que avise!

Que lo cante a voz en grito

y baile como si perdiera la razón,

jubiloso bajo el frágil sauce

eternamente a punto de romper en llanto.

 

Enseño a callar

en todos los idiomas

según el método de contemplación

del cielo estrellado,

las quijadas del sinantropus,

el plancton,

el copo de nieve.

 

Devuelvo el amor.

¡Ojo! ¡Ganga!

En la hierba de antaño, 

cuando bañados por el sol hasta el cuello

yacéis, mientras baila el viento

(maestro del baile de vuestros cabellos).

Ofertas a “Sueño”.

 

Se busca persona

para llorar

por los ancianos que en los asilos

mueren. Sírvanse

presentarse sin referencias

ni instancias por escrito.

Los papeles serán destruidos

sin acuse de recibo.

 

Por las promesas de mi esposo

– que os engañaba con los colores

del populoso mundo, con su jaleo,

con una copla desde la ventana, y un perro

detrás de la pared –

de que nunca estaríais solos

en penumbra, en silencio y sin aliento

– responder no puedo.

La Noche, viuda del Día.

                   (De Llamando al Yeti)

 

MUSEO

 

Hay platos, pero no hay apetito.

Hay alianzas, pero sin amor correspondido

desde hace al menos trescientos años.

 

Hay un abanico - ¿dónde están los rubores?

Hay espadas - ¿dónde está la ira?

Hay laúd que calla a la hora gris.

 

Por falta de eternidad acumularon

diez mil objetos viejos.

El mohoso ujier dormita plácidamente,

con el bigote colgando encima de la vitrina.

 

Los metales, la arcilla, una pluma de ave

triunfan callados en el tiempo.

Sólo se ríe el peine de una risueña de Egipto.

 

La corona sobrevivió a la cabeza.

La mano perdió contra el guante.

La bota derecha venció al pie.

 

En cuanto a mí, estoy viva, créanme por favor.

Mi carrera contra el vestido sigue su curso.

¡Y, qué determinación la suya!

¡Y cómo le gustaría sobrevivirme!

                   (De Sal)

Llega la época de desengaños políticos, de la caída de velos y de maduración. Comienza a ser molesta para el gobierno polaco pro-soviético y, al mismo tiempo, conocida y reconocida en el resto del mundo, por lo que comienza a viajar por Europa desde donde es requerida para toda clase de actividades culturales y literarias. En 1967 edita Mil alegrías – Un encanto y lanza una nueva edición de Poemas escogidos con una tirada enorme que se vendió rápidamente.

 

VIETNAM

 

Mujer, ¿cómo te llamas? – No sé.

¿Cuándo naciste, de dónde vienes? – No sé.

¿Por qué has cavado una madriguera en la tierra? – No sé.

¿Desde cuándo te escondes aquí? – No sé.

¿Por qué me has mordido en el dedo anular? – No sé.

¿Sabes que no te haremos daño? – No sé.

¿De qué lado estás? – No sé.

Es la guerra, has de elegir. – No sé.

¿Existe todavía tu aldea? – No sé.

¿Estos son tus hijos? – Sí.

                   (De Mil alegrías – Un encanto)

En 1972 publica Si acaso y, cuatro años más tarde, El gran número. Mientras tanto toma partido abiertamente contra el régimen totalitario imperante en su país y firma “La Carta de los 50” en protesta por el cambio constitucional que daba el poder absoluto al POUP y por la subordinación de Polonia a la URSS.

 

CAYENDO DEL CIELO

 

Pasa la magia, mas los grandes poderes

son como eran. En las noches de agosto ignoras

si lo que cae es una estrella o es otra cosa.

Si es precisamente lo que ha de caer, lo ignoras.

Y no sabes si jugar a los deseos es apropiado.

¿Adivinar? ¿En el caos interplanetario?

¿Cómo si tuviéramos el siglo no-veinte hoy?

Que el relámpago te jure: soy chispa, chispa soy,

de la cola del cometa una chispa verdadera,

nada más que chispa que lentamente expira

no soy yo quien cae en los periódicos de la mañana,

es la otra, la de al lado, la del motor averiado.

                   (De Si acaso)


RETRATO DE MUJER

 

Debe ser elección.

Cambiar para que no cambie nada.

Es fácil, imposible, difícil, vale un intento.

Sus ojos son, si cabe, una vez azules, y otra vez grises.

Negros, alegres, sin motivo llenos de lágrimas.

Duerme con él como una cualquiera, única en el mundo.

Le dará cuatro hijos, ningún hijo, uno.

Ingenua, pero la que mejor aconseja.

Débil, mas podrá con el peso.

No tiene nada en la cabeza, pues lo tendrá.

Lee a Jasper, y revistas de mujeres.

No sabe el porqué de este tornillo y construirá un puente.

Joven, como siempre joven, todavía joven.

Sostiene en sus manos un gorrión alirroto,

su propio dinero para un viaje largo y lejano,

un mazo, una compresa y una copa de vodka.

¿Adónde corre? ¿No está cansada?

Que no, un poco, mucho, no pasa nada.

O le quiere o se empeña.

En lo bueno, en lo malo y por el amor de Dios.

                   (De El gran número)

Llegan los años convulsos de la revolución del sindicato “Solidaridad” y el régimen comunista comienza caer en un ocaso sin retorno. Szymborska no se implica directamente, pero comienza a colaborar con revistas clandestinas con el seudónimo de Stanczykówna, incluso rechaza el premio que le había concedido el Ministerio de Cultura, pero en poco tiempo le van lloviendo los galardones: el Premio Koscielski, por Gente en el puente, libro editado en 1990; el Premio Goethe, en Francfort; el Premio Herder, en Viena… Y en 1993 aparece Principio y fin.

 

GENTE EN EL PUENTE

 

Extraño este planeta y extraña la gente en él.

Sucumbe al tiempo, más se niegan a reconocerlo.

Tienen métodos para expresar su protesta.

Hacen escenas como ésta, por ejemplo:

 

A primera vista nada especial.

Se ve agua.

Se ve una de sus orillas.

Se ve una barca navegando a contracorriente.

La gente claramente está acelerando el paso,

porque precisamente desde un nubarrón

la lluvia empezó a azotar.

 

La cosa es que después no pasa nada.

La nube no cambia de color ni de forma.

La lluvia no se hace más fuerte ni tampoco cesa.

La barca navega inmóvil.

La gente en el puente corre

exactamente allí donde hace un instante.

 

Resulta difícil dejarlo sin comentario:

En absoluto es una imagen inocente.

El tiempo aquí fue detenido.

Sus leyes dejaron de importar.

Le privaron de influencia en el desarrollo de los hechos.

Fue ignorado y agraviado.

 

Por obra de un rebelde

un tal Hiroshige Utagawa,

(un ser, que además,

pasó hace tiempo y como corresponde),

el tiempo tropezó y cayó.

 

Quizá sea sólo una trastada sin importancia,

travesura a escala de apenas unas pocas galaxias,

mas, por si acaso

añadamos lo siguiente:

 

Aquí suele ser de buen tono

valorar altamente esta imagen,

loarla y conmoverse con ella desde generaciones.

 

Los hay para los que no es suficiente.

Oyen hasta el susurro de la lluvia,

sienten el frescor de las gotas en las nucas y las espaldas,

miran el puente y a la gente,

como si se vieran a sí mismos,

en la misma carrera sin fin

por el camino eternamente por hacer

y creen en su osadía,

que es así en realidad.

                   (De Gente en el puente)

 

UN GATO EN UN PISO VACÍO

 

Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque, qué puede hacer un gato

en un piso vacío.

Encaramarse a las paredes.

Restregarse entre los muebles.

Aparentemente nada ha cambiado

y, sin embargo, está cambiado.

Al parecer, nada ha sido desplazado

y, sin embargo, está descolocado.

Y al anochecer, la lámpara no se enciende.

 

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son estos pasos.

La mano que deja el pescado en el platito

tampoco es la que lo hacía.

 

Algo aquí no empieza

a su hora de siempre.

Algo no ocurre

como debería.

Alguien estaba aquí y estaba,

y después se fue de pronto

e insistentemente no está.

 

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido las estanterías.

Se ha escurrido y verificado debajo de la alfombra.

Hasta se ha infringido la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

 

Ya verá cuando vuelva,

en cuanto aparezca por aquí.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Se irá hacia él

como de mala gana,

despacito,

sobre las patitas muy ofendidas.

Y nada de saltos y maullidos al principio.

                   (De Principio y fin)

Este último poema, Un gato en un piso vacío, está dedicado a su amor de tantos años, Kirnel FiliPowicz, tras su muerte.

El año 1996 fue decisivo para Szymborska, pues al poco tiempo de sacar a la luz su poemario Vista con un grano de arena, recibió el Premio Nobel de Literatura, alegando el jurado las siguientes causas ante tal decisión: “Su poesía descubre con irónica precisión las leyes de la biología y los actos de la historia en fragmentos de la realidad humana”. Szymborsca, poco dada a los discursos, escribió algo tan delicioso, como lo que sigue, para tal evento:

Wislawa Szymborska: Discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, 1996

Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase... Pues ya la dije... Pero presiento que las que siguen van a ser igualmente difíciles, la tercera, la sexta, la décima, hasta la última, ya que debo hablar sobre poesía. Muy raras veces me he expresado acerca de este tema, casi nunca, y siempre con la convicción de que no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.

El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico ``escritor'' o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.

No existen profesores de poesía, lo que haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como ``parásito'', por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta... Hace un par de años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo ``poeta''; pronunciaba esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud.

En países más dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente, quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.

Hay algo que resulta muy característico. Continuamente se filman películas biográficas sobre grandes científicos y artistas. La tarea de los directores más ambiciosos es mostrar en forma verosímil el proceso creativo que condujo a importantes descubrimientos científicos o a la creación de grandes obras de arte. Se puede, con aceptables resultados, mostrar el trabajo de algunos científicos: laboratorios, instrumentos diversos y aparatos puestos en marcha logran por unos momentos mantener la atención de los espectadores. Además, resultan muy dramáticas las escenas de suspenso, cuando un experimento repetido miles de veces logró dar finalmente, merced a una mínima modificación, con el resultado tan esperado. Espectaculares pueden ser las películas sobre pintores, ya que es posible reconstruir todas las fases de creación de un cuadro -desde la primera raya hasta la última pincelada. Las películas sobre los compositores se llenan con su música: desde los primeros compases, que el creador escucha en su interior, hasta la obra madura ya terminada y repartida entre varios instrumentos. Todo sigue siendo muy ingenuo y no dice nada sobre el extraño estado de ánimo que se conoce comúnmente como inspiración, pero por lo menos hay algo para ver y oír.

El peor de los casos es el de los poetas. Su trabajo resulta irremediablemente poco fotogénico. Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada_ ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?

He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué cosa es, suponiendo que algo sea, los poetas contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.

Yo misma he evadido el asunto cuando me lo han preguntado. Y contesto lo siguiente: la inspiración no es privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas en general. Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo ``no lo sé''.

La gente así es bastante escasa. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para todos, y está situación constituye una de las más penosas desgracias humanas. No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.

Así pues, tengo derecho a decir que aunque le estoy escamoteando a los poetas el monopolio de la inspiración, de cualquier manera los coloco en un grupo reducido de elegidos por la suerte.

En este punto pueden surgir ciertas dudas en los oyentes, si consideran que a los diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en tono muy alto, también les gusta su trabajo y también lo llevan a cabo celosamente. Cierto, pero ellos sí ``saben''. Saben, y lo que saben una sola vez les basta para siempre. Ya no tienen curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede resultar mortalmente amenazador para las sociedades.

Por lo anterior, estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ``no sé''. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho ``no sé'', las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ``no sé'', probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose ``no sé'' y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.

También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente ``no sé''. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas ``La Obra''.

A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes. Pero luego lo habría cogido de la mano: ``Nada hay nuevo bajo el sol'', has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, Tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de Ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que Tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual. Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás ``ya he escrito todo, no tengo nada que añadir''. Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como Tú.

El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas -ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-; a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre este mundo: es asombroso.

Pero en la expresión ``asombroso'' se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.

De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como ``la vida común'', ``los acontecimientos comunes''... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.

Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo.

Ya nada fue igual para ella. Los periodistas la acosaban. Los viajes le llenaron el tiempo, pues todos la querían en sus eventos. Y ella estaba cada vez más mayor, aunque siempre llena de esa vitalidad y ese amor por la vida que le llevó a ser poeta, por lo que no tardó mucho en volver a regalarnos sus últimos tres libros: Instante (2002), Dos puntos (2004) y Hasta aquí (2009). Wislawa Szymborska murió en Cracovia el 1 de febrero de 2012.

 

LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS

 

Cuando pronuncio la palabra Futuro,

la primera sílaba viaja ya al pasado.

Cuando pronuncio la palabra Silencio,

lo destruyo.

Cuando pronuncio la palabra Nada,

creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

                   (De Instante)


ABC

 

Ya nunca sabré

qué pensaba de mí A.

Si B llegó a perdonarme de verdad.

Porque C fingía que no pasaba nada.

Qué papel jugó D en el silencio de E.

Qué esperaba F, si es que algo esperaba.

Qué fingía G, a pesar de estar segura.

Que quería ocultar H.

Qué quería añadir I.

Si el hecho de que yo estuviera a su lado

tuvo alguna importancia

para J, para K y para el resto del alfabeto.

                   (De Dos puntos)

Como hemos visto, los temas de Wislawa Szymborska son muy variados, pero todos tienen en común que surgen de la vida cotidiana, de lo social, de lo político, de las utopías, de las casualidades… sin embargo, si tenemos que destacar un tema sobre todos los demás, ese es el amor, pero el amor esencial, sin sentimentalismos:


Que la gente que no conoce un amor feliz

afirme que no existe un amor feliz en ningún sitio.

Con esa creencia le será más llevadero vivir,

y también morir.


Poemas traducidos por: Elzbieta Bortklewicz

(Wislawa Szymborska.

Antología poética. Colección Visor de Poesía)

Pinturas de Vermeer

 




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