MIS AMIGOS LOS LIBROS: Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa, por Ancrugon


“Este libro lo escribí para regalárselo a mi madre, porque siempre me contó muchas historias cuando yo era pequeña, me hablaba de situaciones que ella, como maestra había vivido.  Basándome en todos esos recuerdos y también en los de mi infancia, escribí Historias de una maestra, que es un homenaje a mi madre y a los maestros de la República, a su esfuerzo y dedicación en unos momentos de nuestra historia en los que su sacrificio estaba justificado por la necesidad de salvar al país educándolo, pues tal fue el mandato que recibieron.
La historia es ficticia, pero todo lo que sucede en ella es real, es un testimonio histórico que sirve además para conocer las durísimas condiciones de trabajo de los maestros rurales y el papel tan importante que desempeñaron haciendo gala de una constante muestra de vocación.”
Historia de una maestra (fragmento del prólogo)
Josefina Aldecoa.

“A mí mientras no pongan la cultura a la hora del Rosario…”

Esta frase lapidaria, dicha por el cura de uno de los pueblos de la España profunda que aparecen en esta novela, deja muy claro cuáles son las condiciones a las que se enfrenta una persona dedicada a la enseñanza. Claro que la trama de ella transcurre en el periodo convulso que va desde la década de los veinte hasta el estallido de la Guerra Civil, un etapa en que la educación era sinónimo de revolución y todo cambio era peligroso, sobre todo para quienes no querían ni ceder un milímetro en sus privilegios, pero incluso hoy en día la labor de los educadores, tanto mujeres como hombres, es vista con recelo por los mandatarios, quienes se aprestan a legislar leyes y normas que limiten y criben aquello que se va a enseñar, no vaya a ser que… En fin… Porque, “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, como dictaminan los cerditos dirigentes en Rebelión en la granja, de Orwell.
La enseñanza es una actividad vocacional puesto que es dura, muy dura, e incomprendida, muy incomprendida, por todo ello es algo que debe salir de dentro de un mismo, porque debes darte a los demás sin esperar demasiado a cambio, sólo la sublime satisfacción de haber colaborado en formar seres libres y responsables, aunque no sean la mayoría de quienes pasaron por tus aulas, pues la educación facilita a las personas para que puedan decidir por sí mismos y que nadie lo haga en su nombre, y nadie debe olvidar, ni tan siquiera aquellos o aquellas que ahora están en la cima de los que sea y ya consideran por eso que cualquier pensamiento suyo crea cátedra, que ellos y ellas también tuvieron que ser educados por maestros y maestras…


Y todo esto es lo que nos encontraremos cuando nos introduzcamos en las veredas abiertas por las páginas de este emotivo libro, Historia de una maestra, escrito por escritora y pedagoga leonesa Josefina Aldecoa (Josefina Rodríguez Álvarez en realidad, pero a la muerte de su marido, Ignacio Aldecoa, adopto el apellido de éste para firmar sus libros). Nacida en una familia de maestros que participaban de los pensamientos divulgados por la Institución Libre de Enseñanza, abrió en 1959 su propio centro de enseñanza en Madrid, el Colegio Estilo, con una inspiración netamente krausista: “Quería algo muy humanista, dando mucha importancia a la literatura, las letras, el arte; un colegio que fuera muy refinado culturalmente, muy libre y que no se hablara de religión, cosas que entonces eran impensables en la mayor parte de los centros del país”… ¿De qué ‘entonces’ hablamos, señora Aldecoa?...

La novela es la historia de una mujer, Gabriela, que se enfrenta a dos hostilidades cara a cara: la del papel de una mujer en una sociedad repleta de prejuicios y tabúes absolutamente dirigida y gobernada por hombres, y la tarea y la vocación de la enseñanza como maestra rural, donde tendrá que lidiar con las supersticiones, las tradiciones inmutables, la ignorancia y los pensamientos ultraconservadores de quienes quieren, por encima de lo que sea, que nada cambie, que todo se mantenga tal cual está, que no sople ni una leve brisa que le pueda enfriar… Por ello, el argumento se divide en tres partes: El comienzo del sueño, desde que ella termina sus estudios, sobre 1928, y tras estar en una pequeña aldea de las montañas, pide una plaza en Guinea Ecuatorial, terreno colonial español por aquellos tiempos, donde se da de bruces con la otra realidad y donde también conoce el afecto, la amabilidad y la amistad, todo concluido bruscamente con su retorno a la Península. El sueño, la parte en la que se casa con Ezequiel, tiene su hija Juana y comparten trabajo y pobreza en otro pueblecito leonés, creando su primera escuela de adultos, aguantando a los poderosos del pueblo: el cacique y el cura, y trayendo a aquellas gentes humildes la luz de la cultura con las Misiones Pedagógicas de la República. Y El final del sueño, otro traslado, esta vez a un pueblo minero, más grande, más problemático y con más oportunidades a la participación social y política, pero también llegan de nuevo las prohibiciones, las huelgas, la insurrección y la guerra.
Gabriela es una de esas mujeres que vivió por delante de su tiempo y para quien el amor que siente por su trabajo es extensivo a las personas, y así lo hace ver en su época guineana, donde descubre las desigualdades sociales y raciales, y el amor, aunque nunca lo va a reconocer, en la persona de un médico nativo, lo que le hará enfrentarse a la alta sociedad blanca de la isla y a su intolerancia. A pesar de volver a España, África siempre estará presente en su pensamiento. Sin embargo, Gabriela cumplirá con los convencionalismos y se casará con Ezequiel, un buen hombre y un excelente maestro, con quien, más que amor, les une la soledad y el afán de luchar por la libertad y el derecho de todos a tener una educación de calidad y sin dogmatismos. Luego llegará la hija, Juana.


A medida que Gabriela nos va contando su historia, de forma amena y fluida, van pasando ante nuestros ojos las imágenes de una España rural muy atrasada cultural, social y económicamente, unas estampas costumbristas de pueblos abandonados en la Cordillera Cantábrica, los Montes de León y Tierra de Campos, además de la isla de Fernando Po, en Guinea Ecuatorial. Así mismo vamos viviendo de primera mano los cambios que se van produciendo con la llegada de la República, la participación política, el pulso con las autoridades aferradas al pasado para poder llevar a cabo la más pequeña transformación, por lo que Ezequiel tiene que dar explicaciones a las gentes cuando deciden no dar religión en el colegio: “No es un ataque a vuestras creencias. No es un insulto ni un desprecio. Pero tenéis que entender que la escuela no es un lugar para hacer fieles, sino un lugar para aprender lo más posible y llegar a ser hombres y mujeres cultos. Para aprender a ser buenos cristianos tenéis la Iglesia, no lo olvidéis.” Y más adelante le explica a Gabriela: “Tienen que comprender que la moral es otra cosa; está por encima de las religiones. La moral es el resultado de aceptar la verdad y la justicia en todas partes del mundo.” Pero la gente, acostumbrada a la sumisión ante los poderosos, tienen miedo de que estos tomen represalias si aceptan estas novedades: “Hay muchas reservas entre la gente que ha sido engañada tantas veces. Por otra parte, es una actitud primitiva. Les domina el miedo a lo desconocido, y eso es lo que explotan los que desean mantenerlos en la ignorancia.” Por otro lado, Gabriela, una mujer dedicada por entero a su trabajo, debe ir aprendiendo poco a poco a descubrir ese instinto maternal dormido en ella, debe aprender a ser madre: “Rara vez me encontraba pensando en ese hijo del que todos hablaban…”


En conclusión, Historia de una maestra es una novela de amor, pero no de un amor romántico y dulzón entre hombre y mujer, no, sino de un amor puro, desinteresado, apasionado y desprendido, es el amor por lo que uno está haciendo, en este caso la educación, y por las personas a quien se lo hace, amor por la libertad y por la comprensión. Es un acercamiento al otro universal. Pero, así mismo, Historia de una maestra es un grito, es un acto de rebeldía ante lo impuesto por dogma, por el mercantilismo, por el decreto del beneficio material de quienes compran voluntades para que las leyes se hagan a su medida, una petición de que algún día reine algo mucho más sagrado que las religiones: la moral universal por la que nadie pueda pisotear nunca los derechos de nadie en nombre de nada.
“Yo me decía: No puede existir dedicación más hermosa que ésta. Compartir con los niños lo que yo sabía, despertar en ellos el deseo de averiguar por su cuenta las causas de los fenómenos, las razones de los hechos históricos. Ese era el milagro de una profesión que estaba empezando a vivir y que me mantenía contenta a pesar de la nieve y la cocina oscura, a pesar de lo poco aparentemente me daban y lo mucho que yo tenía que dar.”

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