HISTORIAS EN LA MOCHILA: Marina, de Carlos Ruiz Zafón, por Ancrugon
“Marina me dijo una vez que sólo recordamos
lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendiese esas
palabras.”
Óscar Drai es un muchacho de quince años que vive en un internado de
Barcelona, del cual se escapa con frecuencia en los atardeceres para perderse
por las calles de una ciudad misteriosa con inmensas casas burguesas
deshabitadas y rodeadas de enormes jardines, donde su fantasía se desborda
transportándole fuera de su vida rutinaria y sin motivaciones.
Una tarde, en una de esas escapadas, llega al bosque de Sarriá y se
introduce en un caserón que él creía abandonado:
“Cuando di el primer paso hacia el interior,
la Luna iluminaba el rostro pálido de los ángeles de piedra de la fuente. Me
observaban. Los pies se me habían clavado en el suelo. Espera que aquellos
seres saltasen de sus pedestales y se transformasen en demonios armados de
garras lobunas y lenguas de serpiente. No sucedió nada de eso. Respiré
profundamente, considerando la posibilidad de anular mi imaginación o, mejor
aún, abandonar mi tímida exploración de aquella propiedad. Una vez más, alguien
decidió por mí. Un sonido celestial invadió las sombras del jardín igual que un
perfume. Escuché los perfiles de aquel susurro cincelar un aria acompañada al
piano. Era la voz más hermosa que jamás había oído.
La melodía me resultó familiar, pero no
acerté a reconocerla. La música provenía de la vivienda. Seguí su rastro
hipnótico. Láminas de luz vaporosa se filtraban desde la puerta entreabierta de
una galería de cristal. Reconocí los ojos del gato, fijos en mí desde el
alféizar de un ventanal del primer piso. Me aproximé hasta la galería iluminada
de la que manaba aquel sonido indescriptible. La voz de una mujer. El halo
tenue de cien velas parpadeaba en el interior. El brillo descubría la trompa
dorada de un viejo gramófono en el que giraba un disco. Sin pensar en lo que
estaba haciendo, me sorprendí a mí mismo adentrándome en la galería, cautivado
por aquella sirena atrapada en el gramófono. En la mesa sobre la que descansaba
el artilugio distinguí un objeto brillante y esférico. Era un reloj de
bolsillo. Lo tomé y lo examiné a la luz de las velas. Las agujas estaban
paradas y la esfera astillada. Me pareció de oro y tan viejo como la casa en la
que me encontraba. Un poco más allá había un gran butacón, de espaldas a mí,
frente a una chimenea sobre la cual pude apreciar un retrato al óleo de una
mujer vestida de blanco. Sus grandes ojos grises, tristes y sin fondo,
presidían la sala.
Súbitamente el hechizo se hizo trizas. Una
silueta se alzó de la butaca y se giró hacia mí. Una larga cabellera blanca y
unos ojos encendidos como brasas brillaron en la oscuridad. Sólo acerté a ver
dos inmensas manos blancas extendiéndose hacia mí. Presa del pánico, eché a
correr hacia la puerta, tropecé en mi camino con el gramófono y lo derribé.
Escuché la aguja lacerar el disco. La voz celestial se rompió con un gemido
infernal. Me lancé hacia el jardín, sintiendo aquellas manos rozándome la
camisa, y lo crucé con alas en los pies y el miedo ardiendo en cada poro de mi
cuerpo. No me detuve ni un instante. Corrí y corrí sin mirar atrás hasta que
una punzada de dolor me taladró el costado y comprendí que apenas podía
respirar. Para entonces estaba cubierto de sudor frío y las luces del internado
brillaban treinta metros más allá.
Me deslicé por una puerta junto a las cocinas
que nunca estaba vigilada y me arrastré hasta mi habitación. Los demás internos
ya debían estar en el comedor desde hacía rato. Me sequé el sudor de la frente
y poco a poco mi corazón recuperó su ritmo habitual. Empezaba a tranquilizarme
cuando alguien golpeó a la puerta de la habitación con los nudillos.
- Óscar, hora de bajar a cenar – entonó la
voz de uno de los tutores, un jesuita racionalista llamado Seguí que detestaba
tener que hacer de policía.
- Ahora mismo, padre – contesté -. Un
segundo.
Me apresuré a colocarme la chaqueta de rigor
y apagué la luz de la habitación. A través de la ventana el espectro de la Luna
se alzaba sobre Barcelona. Sólo entonces me di cuenta de que todavía sostenía
el reloj de oro en la mano.”
Marina ya venía tiempo observando a una misteriosa dama vestida de negro
y a quien no se le veía la cara, periódicamente, esta mujer visitaba una tumba
en un viejo cementerio, una tumba sobre cuya lápida, donde sólo aparecía
grabada una mariposa negra, depositaba siempre una rosa roja. Ella y Óscar
deciden seguirla una tarde hasta un invernadero donde se encuentran ante una
colección inesperada de miembros ortopédicos y muñecos articulados similares a
marionetas, además de un escalofriante álbum de fotos repleto de personas con
malformaciones. Jamás podían imaginar hasta dónde les llevaría aquel
descubrimiento.
Esta novela, narrada desde la perspectiva de Óscar, quince años después
de que todo ocurriera, resulta como una confesión por parte del muchacho, ya
hombre, necesaria para liberarse de todo aquello que se le quedó dentro, un
muchacho que, desde el primer momento, está rodeado de una inmensa soledad.
En ella se entrelazan tres historias correspondientes a los tres
personajes principales:
Óscar es un chico solitario, triste, tímido, aunque a veces también
puede resultar alegre, divertido y con una enorme curiosidad, vive en un
internado porque sus padres, por motivos de trabajo, nunca están con él. Su
ilusión es llegar a convertirse algún día un buen arquitecto y nunca habla de
su pasado. No tiene demasiados amigos, pues hasta que conoce a Marina y Germán,
a quienes llegará a considerar su única familia, prácticamente su vida gira
entre J.F., un compañero hipocondriaco y de constitución débil, y Doña Paula,
la señora de la limpieza del internado quien le tiene un especial afecto.
Marina es una chica hermosa, rubia, esbelta y de ojos grises, muy
inteligente y extrovertida, de la que Óscar se enamora rápidamente, pero quien,
sin embargo, esconde un secreto que no se desvelará hasta el final. Su sueño es
ser escritora y, por lo tanto, ama las aventuras. Vive con su padre viudo y de
familia rica venida a bastante menos, el cual fue un magnífico pintor, pero desde
la muerte de su esposa, ha dejado de pintar.
Hay otros personajes secundarios, como Germán, J.F., o Doña Paula, de
quienes ya hemos hablado, además de la enigmática Eva Irinova, cuya historia ya
es de por sí una verdadera novela y una de las causas desencadenante de esta
trama, pero, al mismo tiempo, aparecen otros de suma importancia para la trama,
aunque no tengan el mismo protagonismo, como Sergei Glazonow, Tatiana, Joan
Shelley, Víctor Florian, María Shelley, Seguí, Quim Salvat, Diana, Benjamín
Sentís, Luis Claret… incluso el gato llamado Kafka, todos ellos crean el
entramado de una aventura que te captura en su red y es difícil de olvidar.
La historia se desarrolla entre septiembre de 1979 hasta enero de 1980
en la Barcelona del antiguo barrio de Sarriá, cuando la mayor parte de él
estaba todavía sin edificar y aún se podía pasear por el llamado “Desert de Sarrià”, un bosque en cuyo interior
se levantaban antiguas mansiones señoriales y palacios abandonados
pertenecientes a la antigua burguesía, como la casa del padre de Marina, y
donde también existía un cementerio bastante lúgubre con olor a tierra húmeda y
flores muertas. Sin embargo, la trama nos transporta, en diversos saltos al
pasado, (flash back), hasta mediados
del siglo XX, cuando acontecen realmente los primeros hechos concernientes a
Kolvenik y a Irinova.
El tema principal es el amor, pero no el típico sentimiento amanerado y
cursi que se presta al romanticismo, pues este libro de romántico no tiene
nada, sino el amor en sus diferentes facetas que da pie a que surjan otros
temas a su alrededor, como el sacrificio, el valor, el miedo, incluso la
mentira y la soledad… porque el amor no es un sentimiento propiedad exclusiva
de las “buenas personas”, sino que todo el mundo es capaz de sentirlo, de
vivirlo, experimentarlo y añorarlo. Claro que, para que algo exista es
imprescindible que también esté presente su antagonista, el sentimiento
contrario, y entonces también vemos en ella asomar la cabeza al odio, la
venganza, la crueldad, la maldad… Pero, sobre todo, el tema rey de esta novela
es la fantasía, esa capacidad mágica de hacernos sentir y creer en cosas
imposibles y que, si un libro tiene la virtud de poseerla, puede llegar a ser
un tesoro inolvidable.
Carlos ha tenido una vida tranquila, apacible y dedicada al estudio,
poco digna de ser novelada, supongo que para su bien, pero, tal vez, ese mismo
hecho le ha impulsado a buscar en los laberintos de su imaginación toda esa
dosis de aventura que le ha faltado en su realidad, sólo hay que saber que,
además de por la música, el cine, los cómics, la historia y la arquitectura, se
interesa por coleccionar dragones… Y es que, en verdad, la vida no es
simplemente una sucesión de realidades sino, en su mayor parte, también de
sueños.
“La belleza es un soplo contra el viento de
la realidad”.
Visitas recibidas por este artículo hasta el 11
de octubre de 2020:
5.435
Comentarios
Publicar un comentario