ESCRITOS DE MI MEMORIA: La metamorfosis de Carmen, por Carmen Tomás Asensio.
He
tenido un sueño.
Lo que
he recordado al despertar me ayuda a escribir una historia que, en principio,
me parece interesante. Espero poder hacerlo, pero tengo que tomar notas antes
de que el tiempo me borre las ideas.
Se
trataba de una transformación de mi personalidad.
Me
recordaba la Metamorfosis de Kafka.
Nada que ver en imaginación y forma de relatarlo, pero yo sentía así los
cambios que se iban produciendo en mi personalidad. Primero en mis sueños,
después en mis desvelos de horas en noches largas y confusas y más tarde en mis
recuerdos.
Me convertía
en un libro.
En
cada momento, en cada amanecer, yo era un libro. Un libro distinto cada vez,
con tapas lisas o de colores, blandas o rígidas, sencillas o lujosas, de cartón
o de cuero, con dibujos diferentes… siempre distintos.
Tenía
las hojas en blanco, pero yo, con la fuerza de mi imaginación, iba pasando
páginas y quedaban impresas con hermosas historias.
A cada
clase de tapas, correspondía una historia diferente.
Y cada
mañana, según el tiempo y la luz, yo escribía cuentos, relatos, personajes que
ocupaban todas las páginas en blanco.
Escribía
cuentos infantiles con tapas azules y dibujos de hadas, gnomos y mariposas, en
los días de sol y suave temperatura.
Historias
dramáticas con tapas oscuras, de piel o de cartón liso, en los días que amanecían
tristes y oscuros.
Cuentos
con personajes desgraciados, cuando la lluvia llenaba de lágrimas los cristales
de las ventanas.
Y los
días radiantes escribía sobre el amor, la familia, la felicidad, los besos y la
alegría y entonces las tapas tenían dibujos en relieve, corazones rojos y
mariposas doradas.
Algunos
días tristes quise escribir cosas alegres, pero no pude cambiar las palabras
que salían de mi corazón y las páginas se quedaban en blanco, hasta que me
acomodaba al formato del libro.
Escribía
libros gordísimos, con historias interminables que me salían de un tirón. Y
también libros de bolsillo, con letras grandotas, para que los niños y las
personas muy mayores los pudieran leer sin dificultad.
El
problema era que, ahora, yo ya no era una persona amante de los libros que
soñaba cada noche y se recuperaba por la mañana.
Yo era
un libro. Mejor dicho, muchos libros diferentes que se escribían con el poder
de mi mente, porque no tenía manos para hacerlo. Era fácil y difícil al tiempo
y me sentía encerrada en un lugar extraño, del que quería salir cada día y no
lo conseguía.
En el
transcurrir de las horas, recuperaba mi aspecto físico y me dedicaba a mis
quehaceres; pero cada vez eran más cortos estos periodos de normalidad y más
largos los de mi transformación.
Cada
noche era más difícil despertar de estos sueños y ya no recordaba cómo
recuperar mi personalidad.
No
sabía a quién pedir ayuda, pero tampoco tenía necesidad de hacerlo.
Ser un
libro diferente cada mañana no era difícil y ya empezaba a estar acostumbrada.
Era hermoso tener tantas historias y leyendas, vivencias y sueños de otros y
poderlas relatar y disfrutar, con sólo la imaginación y la fantasía.
Pero
echaba de menos mis brazos y la capacidad de afecto que podía dar con ellos.
Ser un libro, muchos y diferentes y comunicar con la escritura, era
maravilloso; pero nada se puede comparar a repartir abrazos y caricias.
Hoy me
he levantado sabiendo que había soñado mucho, pero sin recordar el sueño.
Y
entonces he sabido que yo era un libro hermoso. Rojo, con tapas satinadas y
letras doradas que decían: “Cartas de
amor”.
Como
siempre, las hojas estaban en blanco; pero al mirarlas se iban llenando con una
letra clara y firme, de frases maravillosas. Eran cartas de amor. Envidas,
recibidas, sentidas, disfrutadas. Sentimientos hermosísimos, compartidos y
puestos allí, en cada hoja, para conservarlos.
Lleno
de frases bonitas, de cariño, de ilusiones y proyectos, el libro quedó
completo, al dictado de mi mente y mi corazón.
Ha
salido un día gris, lluvioso y triste.
Hoy
soy un libro de bolsillo, de tapas oscuras, con apenas unos trazos blancos que
dicen: “Recuerdos”.
Cuando
miro las hojas vacías, las voy llenando de memorias tristes, de ausencias de
seres queridos que se fueron físicamente, pero que siguen ocupando los espacios
que fueron suyos.
Siendo
este libro resumido y pequeño, que puedo llevar a todas partes y releer en
cualquier lugar, siento que estoy viviendo otra vez las emociones que compartí.
Una sensación de melancolía y gozo. De tristeza y añoranza. De cariño y amor…
por todo lo que viví y quiero retener.
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