AÚN LA IMAGINO CON INTENSO ALBOROZO: Soñé que en la noche creaba caminos, por Ancrugon.
Al abrir el libro de los versos perdidos
me encontré con su mirada…
desde entonces vivo hechizado
por una quimera.
No hay peor veneno
que el producido por tu ausencia.
Belleza… palabra alada,
roce de seda que el viento desgrana
transformándola en esencia…
Palabra que persigue el sonido
peregrino que la nombra,
la reclama,
la desvanece
entre húmeda hierba,
entre átomos infinitos
más allá de la nada.
Palabra desgastada, acabada,
sucumbida, denostada,
concubina del deseo
en juego eterno de poseer el aire…
prisionera de su sombra,
de su fama, de su gloria,
esclava del concepto
sin dejar jamás de ser palabra…
Con cada atardecer
muere un recuerdo…
no hay suficientes
días para olvidarte.
Me estoy convirtiendo
en una vieja fortaleza…
en mí ya habitan
más fantasmas del pasado
que caricias del presente…
Por mucho que me esfuerce en disimularlo,
se me nota cada vez que me miras…
¿Para qué quieres alas
si te da miedo volar?...
Seguir tus huellas es fácil,
lo complicado es llegar
hasta donde tú lo haces.
Soy una isla diminuta
en medio de tu inmenso océano.
Soledad de rosa,
aroma de seda,
sólo el recuerdo queda
de humo, y en la boca
el último eco
del verbo amar.
No me mires…
ni la sombra huele a sombra,
ni el agua sabe a tiempo,
y yo no puedo hacer nada,
soy un árbol seco…
No, no me mires,
antes de llegar,
ya serás viejo.
Su nombre era juego,
él sólo jugaba,
dormía y jugaba.
En su boca siempre algo
y en sus ojos una sorpresa
inacabada,
y en sus diminutas patitas, alas,
y él sólo volaba,
corría
y volaba.
Inquieta bola de pelo
que esparcía la alegría
del desayuno sobre la cama.
Y yo sólo era un niño
que soñaba, soñaba, soñaba…
La gravedad no te atrapa,
sólo el perfume de la flor,
y una gota de agua extiende
de paleta inédita un abanico.
Mis ojos te buscan,
pero mi alma te persigue,
y entre rizos aéreos,
visitas corolas en jardines infinitos.
Y yo aquí, enraizado en mí mismo,
te
escribo poemas de adiós.
Quizá, con el tiempo,
la Tierra dé otro giro
y te poses ingrávida
sobre mis pétalos marchitos,
para libar sobre mí.
La calle parece vacía,
sólo tus pasos
y algún sonido cotidiano
que atraviesa las paredes,
pero a veces el viento
se confunde con suspiros
que habitan los rincones,
y entonces lo sabes…
y reconoces los rostros,
desgastados por el tiempo,
de quienes seguirán en este mundo
mientras tú los pienses,
incluso esquivas recodos
para no mancillar con tus pisadas
lugares sagrados
donde, puede que una amistad,
o quizá un amor,
se sellará con un gesto,
se eternizarán con una mirada.
Y allá aparece un adiós,
y acá un reencuentro,
y por algún lado
se perdieron unas lágrimas,
y en algún portal nació un deseo,
y llegas a escuchar las voces,
a notar los roces,
a saborear los besos…
Y entonces lo sabes: sí,
la calle está llena,
repleta, colmada de recuerdos.
Eres playa escondida
donde el mar llega
para dejar caricias
y besos con sabor a sal;
donde el aire silba
sobre el acantilado
y desciende convertido
en suave brisa;
donde las gaviotas anidan
y ensayan los delfines
acrobacias; donde el sol
descubre matices
inesperados en el corazón
de las rocas y al atardecer
sorbe las lágrimas del día;
donde en las noches
la blanca Sherezade inventa
cuentos que nunca acabará;
donde al verte no quise ser
más que un náufrago en tu orilla.
Lo vi de lejos,
llegó flotando,
se detuvo un instante,
como buscando aliento,
y luego marchó triunfal
hasta completar el ocaso.
Y el río durmió tranquilo
entre oscuros remansos.
Comentarios
Publicar un comentario