ÉRASE UNA VEZ: Algunas peculiaridades de los ojos, de Philip k. Dick, por Melquíades Walquer
“La realidad es aquello que,
cuando uno deja de creer en ello,
no desaparece.”
Philip K. Dick
Seguramente muchos de ustedes conocerán, más por el cine que por su lectura, títulos como “Blade Runner”, “Desafío total” o “Minority Report”, pues el cuento que les traemos en esta ocasión fue escrito por el mismo autor que las novelas que inspiraron esos éxitos del cine, nos referimos a Philip K. Runner, catalogado por muchos críticos como un “escritor de segunda” del que interesan más sus ideas que su calidad literaria, pero supongo que, tras leer este relato, no estarán de acuerdo con ellos.
Philip K. Dick considera la literatura de
ciencia ficción no como un anticipo de los avances tecnológicos que algún día
llegarán, no, ni mucho menos, él la utiliza para demostrar que la naturaleza
humana no es tan mutable como se pretende hacer creer y que seremos iguales,
con nuestros defectos y nuestras virtudes, ahora que dentro de mil años, como
seguimos pareciéndonos a nuestros antepasados desde hace milenios, y como Dick
considera que no puede haber una única realidad objetiva, pues todo depende de
la percepción de cada uno, por ello crea en sus obras universos superpuestos y
argucias argumentales, presentando espacios simulados habitados por personas
normales, sin héroes ni actuaciones relevantes. Y para ello crea mundos de
fantasía desgastando la realidad, investigando su cualidad oculta de forma metódica
y creando escenarios posmodernos y decadentes, permitiendo que sus personajes detecten
que nadie parece ser quien dice ser, ni las personas queridas, ni ellos mismos,
y así sus historias se convierten en surrealistas, fantasías de un narrador
improbable.
Su obra puede dividirse en tres etapas según
Gregg Rickman: la política, desde los primeros cuentos hasta Confesiones de un artista de mierda; la
metafísica, desde El hombre en el
castillo hasta Fluyan mis lágrimas,
dijo el policía, y la mesiánica, desde SIVAINVI
hasta La transmigración de Timothy Archer.
Muchos de sus trabajos fueron producto de la
influencia de Carl Gustav Jung, el fundador de la psicología analítica, ya que
durante su adolescencia estuvo bajo tratamiento con uno de sus seguidores. Del
psicólogo suizo extrajo muchas de las ideas que pueblan sus historias, como los
arquetipos (las imágenes ancestrales pertenecientes al inconsciente colectivo
surgidas de las religiones, mitos o leyendas y que forman parte de nuestros
sueños y fantasías), el inconsciente colectivo (el conjunto de símbolos
primitivos mediante los que se expresa el contenido de la psique y que forma un
sustrato común a los humanos), las proyecciones (mecanismo de defensa mediante
el cual una persona atribuye a otras o bien sus propias virtudes, o bien sus
propios defectos), las alucinaciones colectivas (alucinaciones sensoriales
inducidas mediante la sugestión a un grupo de personas), la sincronicidad (la simultaneidad de dos sucesos vinculados
por el sentido, pero de manera acausal) o la teoría de la personalidad
(tiene como concepto central el individualismo dividiendo la psique en tres
partes: el yo, el inconsciente personal y el inconsciente colectivo). De sus
experiencias con las drogas surgen también muchos de sus trabajos, como Una mirada a la oscuridad o Los tres estigmas de Palmer, catalogada
la novela LSD por la revista Rolling
Stone.
Algunas
peculiaridades de los ojos es
un relato bastante original, ya que muestra, con un fino sentido del humor, las
dos caras de la misma realidad, pues si por un lado se toma a cachondeo la
paranoia que sufre el protagonista, por otra critica la individualidad del ser
humano y su pérdida paulatina de imaginación a causa de los, cada vez más
opresivos, conocimientos científicos, matemáticos o económicos.
A partir de un libro que encuentra en el autobús,
el protagonista, del que no sabemos ni su nombre, va sacando sus propias
conclusiones sobre su mundo cotidiano, en el que no reconoce sus propias
acciones, y las va relacionando con un futuro próximo, pensando que sólo pueden
proceder de seres extraterrestres. Su inmensa soledad le provoca la necesidad
de crear una nueva realidad de las cosas de la que él va erigiéndose en casi un
mesías. Y esa es la grandeza de la literatura de ciencia ficción: hacer que nos
inventemos mundos paralelos y distintos a este que no nos agrada del todo.
Philip K. Dick es uno de esos autores cuyas
ideas nunca pierden la actualidad, nunca pasan de moda porque el espacio que
realmente investiga es aquel que se extiende en el interior del ser humano,
basándose en lo universal, al margen del tiempo o el espacio. Disfruten pues de
este gran relato irónico de ciencia ficción, pero siendo siempre conscientes de
que lo leído no es simplemente fantasía, sino un análisis de usted mismo...
ALGUNAS PECULIARIDADES DE LOS
OJOS
PHILIP K. DICK
Descubrí por puro accidente que la Tierra había sido
invadida por una forma de vida procedente de otro planeta. Sin embargo, aún no
he hecho nada al respecto; no se me ocurre qué. Escribí al gobierno, y en
respuesta me enviaron un folleto sobre la reparación y mantenimiento de las
casas de madera. En cualquier caso, es de conocimiento general; no soy el
primero que lo ha descubierto. Hasta es posible que la situación esté
controlada.
Estaba sentado en mi butaca, pasando las páginas de un
libro de bolsillo que alguien había olvidado en el autobús, cuando topé con la
referencia que me puso en la pista. Por un momento, no reaccioné. Tardé un rato
en comprender su importancia. Cuando la asimilé, me pareció extraño que no
hubiera reparado en ella de inmediato.
Era una clara referencia a una especie no humana,
extraterrestre, de increíbles características. Una especie, me apresuro a
señalar, que adopta el aspecto de seres humanos normales. Sin embargo, las
siguientes observaciones del autor no tardaron en desenmascarar su auténtica
naturaleza. Comprendí en seguida que el autor lo sabía todo. Lo sabía todo,
pero se lo tomaba con extraordinaria tranquilidad. La frase (aún tiemblo al
recordarla) decía:
... sus ojos pasearon lentamente por la habitación.
Vagos escalofríos me asaltaron. Intenté imaginarme los
ojos. ¿Rodaban como monedas? El fragmento indicaba que no; daba la impresión
que se movían por el aire, no sobre la superficie. En apariencia, con cierta
rapidez. Ningún personaje del relato se mostraba sorprendido. Eso es lo que más
me intrigó. Ni la menor señal de estupor ante algo tan atroz. Después, los
detalles se ampliaban.
... sus ojos se movieron de una persona a otra.
Lacónico, pero definitivo. Los ojos se habían separado
del cuerpo y tenían autonomía propia. Mi corazón latió con violencia y me quedé
sin aliento. Había descubierto por casualidad la mención a una raza
desconocida. Extraterrestre, desde luego. No obstante, todo resultaba
perfectamente natural a los personajes del libro, lo cual sugería que
pertenecían a la misma especie.
¿Y el autor? Una sospecha empezó a formarse en mi
mente. El autor se lo tomaba con demasiada tranquilidad. Era evidente que lo
consideraba de lo más normal. En ningún momento intentaba ocultar lo que sabía.
El relato proseguía:
... a continuación, sus ojos acariciaron a Julia.
Julia, por ser una dama, tuvo el mínimo decoro de
experimentar indignación. La descripción revelaba que enrojecía y arqueaba las
cejas en señal de irritación. Suspiré aliviado. No todos eran extraterrestres.
La narración continuaba:
... sus ojos, con toda parsimonia, examinaron cada
centímetro de la joven.
¡Santo Dios! En este punto, por suerte, la chica daba
media vuelta y se largaba, poniendo fin a la situación. Me recliné en la
butaca, horrorizado. Mi esposa y mi familia me miraron, asombrados.
- ¿Qué pasa, querido? - preguntó mi mujer.
No podía decírselo. Revelaciones como ésta serían
demasiado para una persona corriente. Debía guardar el secreto.
- Nada - respondí, con voz estrangulada.
Me levanté, cerré el libro de golpe y salí de la sala
a toda prisa.
Seguí leyendo en el garaje. Había más. Leí el
siguiente párrafo, temblando de pies a cabeza:
... su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió
que se lo quitara, cosa a la que él accedió de inmediato, sonriente.
No consta qué fue del brazo después que el tipo se lo
quitara. Quizá se quedó apoyado en la pared, o lo tiró a la basura. Da igual en
cualquier caso, el significado era diáfano.
Era una raza de seres capaces de quitarse partes de su
anatomía a voluntad. Ojos, brazos..., y tal vez más. Sin pestañear. En este
punto, mis conocimientos de biología me resultaron muy útiles. Era obvio que se
trataba de seres simples, unicelulares, una especie de seres primitivos
compuestos por una sola célula. Seres no más desarrollados que una estrella de
mar. Estos animalitos pueden hacer lo mismo.
Seguí con mi lectura. Y entonces topé con esta
increíble revelación, expuesta con toda frialdad por el autor, sin que su mano
temblara lo más mínimo:
... nos dividimos ante el cine. Una parte entró, y la
otra se dirigió al restaurante para cenar.
Fisión binaria, sin duda. Se dividían por la mitad y
formaban dos entidades. Existía la posibilidad que las partes inferiores fueran
al restaurante, pues estaba más lejos, y las superiores al cine. Continué
leyendo, con manos temblorosas. Había descubierto algo importante. Mi mente
vaciló cuando leí este párrafo:
... temo que no hay duda. El pobre Bibney ha vuelto a
perder la cabeza.
Al cual seguía:
... y Bob dice que no tiene entrañas.
Pero Bibney se las ingeniaba tan bien como el
siguiente personaje. Éste, no obstante, era igual de extraño. No tarda en ser
descrito como:
... carente por completo de cerebro.
El siguiente párrafo despejaba toda duda. Julia, que
hasta el momento me había parecido una persona normal se revela también como
una forma de vida extraterrestre, similar al resto:
... con toda deliberación, Julia había entregado su
corazón al joven.
No descubrí a qué fin había sido destinado el órgano,
pero daba igual. Resultaba evidente que Julia se había decidido a vivir a su
manera habitual, como los demás personajes del libro. Sin corazón, brazos,
ojos, cerebro, vísceras, dividiéndose en dos cuando la situación lo requería.
Sin escrúpulos.
... a continuación le dio la mano.
Me horroricé. El muy canalla no se conformaba con su
corazón, también se quedaba con su mano. Me estremezco al pensar en lo que
habrá hecho con ambos, a estas alturas.
... tomó su brazo.
Sin reparo ni consideración, había pasado a la acción
y procedía a desmembrarla sin más. Rojo como un tomate, cerré el libro y me
levanté, pero no a tiempo de soslayar la última referencia a esos fragmentos de
anatomía tan despreocupados, cuyos viajes me habían puesto en la pista desde un
principio:
... sus ojos le siguieron por la carretera y mientras
cruzaba el prado.
Salí como un rayo del garaje y me metí en la bien
caldeada casa, como si aquellas detestables cosas me persiguieran. Mi mujer y
mis hijos jugaban al Monopolio en la cocina. Me uní a la partida y jugué con
frenético entusiasmo. Me sentía febril y los dientes me castañeteaban.
Ya había tenido bastante. No quiero saber nada más de
eso. Que vengan. Que invadan la Tierra. No quiero mezclarme en ese asunto.
No tengo estómago para esas cosas.
FIN
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