CONVERSACIONES CON MI GATO: Deja la puerta abierta, amor, por David de Molay

 

A una amiga poeta

 

A Eva, que pasó por mi vida como una hermosa estrella, dejándome en su estela, su confianza en mí, sus consejos y a no decaer, pues no dejaba de decirme: “nunca dejes de escribir y jamás pienses si es malo o bueno, cuando tú sabes que lo que escribes sale del flujo del alma, que son los sentimientos”. También me dejó el recuerdo de aquellos hermosos ojos azules.

 

Qué hermoso y bello canto es, cuando las palabras desplazan al olvido de la angustia y la desesperanza.

Siempre hay un amanecer que se abre a la esperanza, dejando el cielo limpio y diáfano de la razón, la existencia y de la vida.

Mientras seguiremos sujetos y aferrados a la luz que guía nuestro celeste sueño de la inspiración, donde al final, arrancaremos del jardín de la armonía, la fresca y bella flor de un poema en donde los sentimientos, le darán la sutil métrica.

Y así bajo la mirada de pertinaz existencia, seguiremos nuestros rumbos distintos, pero con la seguridad, que en un punto de nuestra vida supimos lo bello que es amar, mas, lo importante que son las palabras y la razón de la existencia de corazones simples, cómplices en las miradas y llevados por la bella locura del poema y entre verso y verso, entre sentimiento y sentimiento en donde aflorara la ternura de un beso.

 


Al despertar

 

Deja la puerta abierta, amor,

para que entren mis deseos a buscar

tus sentimientos, y que sean testigos

de lo mucho que nos queremos.

 

Deja que la luz del sol entre

por la diáfana frontera del cristal

de tu ventana, para que te enseñe

la mañana, que de puntillas

entre hasta tu cama.

 

Deja fresco un lado de tu almohada,

y junto a ti pueda contemplar

tanta calma, mientras tus ojos fieles

al sueño, sobre tu boca mis labios

depositan los buenos días

con los besos que afloran.

 

Despierta esperanza mía y vive

conmigo el nuevo día,

mientras mis manos dibujan caricias

 y senderos de deseos sobre tu piel.

 

Deja la puerta abierta

para que entre mi vida

que es la tuya y la tuya mía,

arropemos entre las sábanas

a la mañana que es de los dos.

 

Mientras en el patio los surtidores

de la fuente, se elevan saludando al cielo,

la brisa hace danzar a los rosales,

los pompones de la buganvilla trepan

con frenética locura, mientras tú despiertas,

y yo, despierto sueño.

 

Deja la puerta abierta, amor,

para que entren mis deseos a buscar

tus sentimientos, y que sean testigos

de lo mucho que nos queremos.

 


La mirada azul de la noche

 

Me mira la noche con su mirada azul

y su puesta de olvido,

mientras la aldaba de la indiferencia

golpea sobre el portal de todo aquello

que hoy no ha tenido sentido.

Por mi lado los mismos vivos y quizás

otros muertos, las mismas deudas, así

como nuestros deudores.

Amanecí abrazado a mil promesas,

durante el día dejé de cumplir novecientas

noventa, y mirando la noche, no sé dónde

dejé las otras diez.

No sé lo que me pasa con estos días, es

como si de espaldas a ellos viviera, de lunes

a viernes son días grises,

sábados y domingos borrascosos.

Apenas has venido y ya te marchas,

con ansia te espero, pero ya te has ido,

cuando te abrazo es como abrazar el agua:

al principio siento la fresca sensación

y me alivias el instante, pero luego,

luego me muero de sed.

Me mira la noche con su mirada azul

y su puesta de olvido.

 


Por ti puedo

 

Puedo escribir tu nombre en el viento

y dejarlo fijo en él, como fijos quedan

los epitafios en el mármol, como fijos

los luceros en el cielo.

 

Puedo robarle el sentido a la forma

y al destino e tiempo, para darle sentido

a la prosa y forma a estos versos:

 

Fijar tu nombre en el viento, yo quisiera,

para que allí a donde yo fuera,

el fuera también; yo y el viento

y tu nombre por todo el firmamento.

 

Sepas que mil vueltas al mundo dará el viento

y el viento volverá a mí con tu amor renovado,

a ti regresará en viento llevándote mi sentimiento

en donde un ramillete de besos irá atado.

 

Por ti puedo escribir tu nombre en el viento

y dejarlo fijo en él…

 


Para qué dices que me quieres…

 

Me dices que me quieres

y de pena me matas,

 

me matas, pero me sigues queriendo,

extraña forma la tuya de haberme enseñado,

que aun sabiendo yo que de pena me matas,

yo te sigo queriendo,

 

sabes porque no sé lo que debajo de aquel cielo

los dos juramos ¡yo, todo mi amor!,

por eso te sigo queriendo,

 

pero tú con tu pena me matas; y dices

que me quieres, extraña, forma de amor tú tienes:

hoy me matas y mañana me quieres,

 

pues mátame con tu pena, si es tu forma

de quererme, y yo al morir, al menos

seguiré queriéndote con mi amor eterno…

 

me dices que me quieres

y de pena me matas.

 

Septiembre

Delicado como siempre, Septiembre despide el estío entre magias de policromía envejecida, pero sin dejar de ser hermosa, y nuevos aromas, todo ello digno de una noche de verano.

Frutas del color del ocaso, olivas verdes, uvas pintas y del color del oro, uvas listas para el ritual de la danza de la vendimia; inciensos de romeros, ajedreas y tomillos, aromas de ofrenda para una luna nueva en las últimas noches de verano.

Amanece de pálido el día, y encogiendo el corazón de la mañana con una fría brisa como anuncio un presagio: y es que mueren las hojas, se caen de sus ramas como todos los años en otoño que por la trastienda del calendario viene con su pinta de ermitaño.

Atardece entre grises, bronces, malvas y bermellones mezclándose con los últimos deseos de septiembre.


Veintitrés horas

A la sombra de veintitrés horas y sesenta minutos, cautiva la soledad entre el ocaso y el crepúsculo.

El día es siembra de existencias, y la noche trilla de sueños rotos, sobre la mesa el esbozo de un poema con el verso agrietado, amorfo, sin razón, ni color, anotado en el cuaderno de la bitácora del tiempo.

Toda forma parte de acontecimientos y de un montón de quimeras, la sangre corre por las venas, por el río su corriente de agua; la muerte le roba a la vida, el viento arrastra a las hojas, las olas se escapan del mar, y sólo alcanzan la orilla, nada más, la mentira engaña a la verdad, y la verdad a veces vacila.

La razón busca un camino, los meteoros cuatro estaciones, el destino el final de cada principio, diez siglos buscan un milenio.

Tan cerca que estoy de mí y no me encuentro, a pesar de las veintitrés horas y sesenta minutos.

 

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