ESCRITOS DE MI MEMORIA: Tres apuntes de Carmen, por Carmen Tomás Asensio.


OTROS DÍAS, OTRAS FECHAS, OTRAS VIVENCIAS.

         Algunas de mis plantas están en jardineras. Colgadas de las barandillas del balcón. Hay toldos que las protegen del sol, en el estío, pero les permiten el agua de lluvia que las mantienen preciosas. Y luego estoy yo. Atenta a sus necesidades de humedad o de luz.
         En la terraza más grande están las más resistentes a los elementos. También las protejo con un toldo y las cuelgo de todas partes. En este lugar, fresco de mañana y que cuando lo alcanza el sol ya no se va, hasta que se esconde, hay sitio para sentarse.
         Leer, descansar, escuchar música. Una tumbona en un rincón. Pequeños taburetes para dejar “cosas”, en los huecos que dejan las macetas.
         Era el sitio favorito de mi marido. Pasaba muchos ratos allí. En sus últimos tiempos, dormitaba, mientras tomaba el sol. Supongo que la lectura le cansaba la vista (a él, que habrá leído tanto) y simplemente, SOÑABA.
         Cuando de mañana yo regaba las plantas y se quedaba todo limpio y fresco, era su momento feliz. En invierno, en cambio, el sol de la tarde le invitaba a sentir su calor.
         Decía que siempre tenía frío y que le salía de dentro.
         El sol era más agradable que las ropas de abrigo. Cuando me siento yo, ahora, es un motivo de sentir su presencia y lo mucho que disfrutó de este placer tan sencillo.
         El sillón no está nunca solo. Su recuerdo lo ocupa siempre.



CÓMO ME VEO.

         No me gusta mirarme al espejo.
         Es inevitable para mi aseo personal, pero yo quiero pensar que mi cara, mi cuerpo, solo son un estuche que contiene todos mis valores y mis sentimientos.
         El estuche ha envejecido, ha perdido su lozanía y su vigor, pero el contenido ha mejorado con el paso del tiempo. No corresponde al envoltorio.
         Ahora soy más madura, más paciente, comprensiva y serena (así lo creo). No he perdido el entusiasmo ni las ilusiones, ni la alegría. Al contrario, tengo ya tan poco tiempo para disfrutar de mis seres queridos, que tengo que aprovecharlo.
         Mis proyectos, ahora, solo pueden ser a corto plazo y tengo que vivirlos más intensamente. Intentar ser positiva y que los demás lo compartan conmigo.
         Irradiar optimismo, alegría, entusiasmo.
         Pasar de puntillas por las dificultades (¡qué difícil!).
         Evitar todo lo que frene mis actividades y mi enriquecimiento personal que, a la larga, o mejor a la corta, influye en mis relaciones con los demás.
         Quiero presentar mi mejor fachada con la pretensión de que se me recuerde así. Como una persona positiva, optimista, que ha luchado por conseguir lo mejor para su marido y sus hijos.
         Lo haya conseguido o no, he sido feliz en el intento.



EL ENCUENTRO

         Los grandes almacenes abrieron sus puertas.
         Soy persona de población pequeña y los espacios tan concurridos no me gustan demasiado. Pero vivo en esta ciudad y hay que adaptarse a los tiempos.
         Todo era luminoso y moderno. Las columnas que servían de sujeción y adorno a los altos techos estaban revestidas de espejos. Esto contribuía a la luminosidad y la multiplicación de los espacios.
         No buscaba nada concreto. Estaba cerca una celebración familiar y quería encontrar un regalo original y no demasiado costoso, como era el gusto del homenajeado.
         Había mucha gente y yo estaba un poco mareada, indecisa.
         Desde lejos vi a una señora que me resultó conocida.
         Me pareció que podía ser de mi pequeña ciudad.
         Quise acercarme a saludarla y la perdí entre el gentío.
         Volví a verla otra vez, en la distancia. “Si me cruzo con ella – pensé, - le preguntaré si es de Teruel. Es allí donde la sitúa mi memoria.”
         La volví a perder.
         Cuando la localicé nuevamente, me pareció tan perdida como yo. Coincidíamos en las mismas secciones y parecía que nos gustaban las mismas cosas. Regalos pequeños, ropas informales.
         Aunque soy tímida, me venció el deseo de comunicarme con una persona que yo intuía cercana, conocida y seguramente de la tierra que añoro siempre.
         Me decidí. Fui a su encuentro sonriente y ella se dirigió también hacia mí con una sonrisa de reconocimiento.
         ¡Qué alegría me daba este encuentro!...
         Hasta que, al llegar a su altura, me di de cabeza en el espejo de una columna.



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