DOCE: Parte V, por Ángeles Sánchez.
06:02h
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Eh, mira… ¡Tío, tío, mira esto!
Mario acaba de encender el ordenador, cientos
de sus contactos de Facebook, Twister e Instagram hablan de lo mismo. Le ha
dado click al enlace y ha presenciado la horrorosa muerte de Noa. Aun que,
claro, él aún no sabe lo que está viendo.
Su compañero de piso y mejor amigo aparece
detrás de él con una taza de café humeante en la mano.
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¿Otra miniserie?
Sergio observa la pantalla con el ceño
fruncido, mordiendo su labio y con la cabeza ladeada. “Si son actores, son muy buenos” piensa mientras se acerca a la
pantalla.
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Dicen que están emitiendo en directo desde hace algunas
horas.
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¿En directo?
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Sí, eso ponía.
Ambos son informáticos, Mario tiene un
doctorado en programación web. Sergio trabaja para el soporte técnico
informático de una gran compañía de telecomunicaciones.
Mario abre su perfil de Facebook y le enseña
a su amigo todos los comentarios y las publicaciones que explican al detalle el
contenido de aquella supuesta emisión al tiempo que Sergio entra en su twitter
y lee las noticias de última hora. La policía está pidiendo desde hace horas a
las masas que desconecten la emisión, que no hagan eco de aquella atrocidad.
Ambos se miran y producto de la amistad que les une desde el primer año de
carrera, no necesitan hablar para que ambos lleguen a la misma conclusión.
Mario toma su portátil y sale disparado hacia
la mesa del comedor, Sergio busca el suyo y le acompaña luego de servirle otro
café a su compañero. Comienzan a teclear códigos frenéticamente, a toda
velocidad.
Ambos son conocidos por algo más que por sus
trabajos, y es que si hay alguien completamente capacitado para hackear esa web
y detenerla son ellos. O eso creen.
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La dirección IP está completamente encriptada –asegura
uno al otro mientras se lleva las manos a la cabeza y frota sus sienes.
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Lo sé, lo estoy viendo. Pero… podemos descifrarla. Nos
llevará un buen rato, pero cosas peores hemos hecho.
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Debe de haber cientos de personas intentándolo, demostremos
lo que valemos – ya no sólo se trata de un acto heroico, quiere demostrar su
proeza, ya casi puede ver los titulares “Informático de Cádiz evita la matanza
de los jóvenes secuestrados”. Se regodea en sus propios pensamientos.
06.15h.
Rodríguez y García
avanzan en la penumbra de los túneles buscando cualquier indicio que pueda
guiarles. Hace unos minutos la tablet que ambos llevaban ha agotado la batería
y minutos después ha sido el geo-localizador el que ha dejado de funcionar.
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¡MALDITA SEA!
-
Tranquilízate, Joaquín. Vamos a encontrarles con o sin
tecnología. Respira, coño.
Al comisario le falta
el aire y siente cómo todos sus nervios se crispan por la ansiedad que le
produce saber que quizá haya visto por última vez también a su hija. Mentalmente,
una y otra vez se repite que debe ser fuerte por ella. Que no puede
desmoronarse. Y si no lo ha hecho todavía es precisamente por ello. Cualquiera
podría entender que tras ver morir a su hijo habría perdido los estribos, su
capacidad para razonar o actuar, y que debería haberse alejado del caso, haber
vuelto a casa con su mujer. Pero no, él ni tan si quiera ha realizado una única
llamada telefónica a casa. En primer lugar porque el dolor de su mujer sería
una de las únicas cosas que podría acabar con su cordura y, segundo, porque
cuando la llame las palabras que quiere decirle son: “Tengo a Alma entre mis brazos, cariño, tengo a Alma”.
Los pasadizos cada
vez son más angostos y más entresijazos. Ahora adelantan caminando agazapados
para evitar chocarse contra los tocones de piedra viva que de la parte superior
penden.
Carlos, el inspector,
encabeza la marcha y luego de algunos minutos más en los que cree que va a
morir asfixiado allí abajo, se detiene.
Una tenue luz al
fondo capta su atención. Después de Dios sabe cuánto tiempo moviéndose a
oscuras aquello es reconfortante. Deben estar siguiendo el camino correcto.
También Rodríguez se hace eco de aquella pequeña, pero inequívoca luz.
Sus respiraciones son
lo único que rompe el silencio. Casi podría escucharse el latir de sus
corazones acelerados.
Llegan hasta el final
del túnel pasados algunos minutos más y entonces divisan una gran estancia,
parte de la propia gruta, amplia e iluminada por varios focos colocados de
forma muy rudimentaria. Se ponen en pie y ambos llevan sus manos a su cinturón,
desenfundan sus pistolas y las alzan buscando el lugar por el que deben
continuar.
Pero entonces las
luces se apagan.
06.15h.
-
¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho, tío?
-
No lo sé, no lo sé. He conseguido descodificarlo y he
entrado al ordenador central que están usando. Había cientos de comandos,
cientos de órdenes. Todo estaba unido, la web, una página de twitter, las
instalaciones, y un montón de pilotitos numerados del uno al doce, algunos
apagados, otros encendidos. Pero entonces –golpea con ambas manos en la mesa-
Algo me ha expulsado, como si el ordenador se defendiese solo. Y he perdido la
conexión.
-
¿Has conseguido sacar una frame?
-
¿Una captura de pantalla? No, pero puedo conseguirla.
Puedo intentarlo…
Mario da un gran
sorbo a su café, dando vueltas a todo lo que ha visto sin ser capaz de realmente
explicar con detalle nada porque, en realidad, el problema es que no ha
entendido nada. Nunca había visto algo similar.
Retira el cabello que
cubre su frente hacia atrás y vuelve a sumergirse en su laborioso trabajo. Está
nervioso, alterado. Sabe que sea quien sea quien está detrás de todo eso, les
ha pillado y va a ser difícil ahora reestablecer la conexión.
No le lleva mucho
rato encontrar una frame, una captura de la pantalla, del momento en el que ha
podido entrar en la red.
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Mira, lo tengo.
Ambos observan.
Cuatro columnas dividen la pantalla negra. En la primera, un montón de comandos
digitalizados que se encargan de cámaras, luces, y otros elementos
electrónicos, en la siguiente, está la propia web desde la que están emitiendo,
donde parece haber cientos de comentarios y encuestas.
-
Esas deben de ser las encuestas que se están realizando
para torturar o matar… dios, suena surrealista.
-
¡Lo es, joder, claro que lo es!
En la tercera columna
hay doce pilotos numerados del uno al doce, seis en rojo y seis en verde.
-
Esos deben ser los chicos…
-
Sí, también lo creo.
Y en la última se
puede observar un perfil de twitter.
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Mira esto, hay una sesión iniciada: @Payasofeliz.
Sergio abre su
twitter y busca la mencionada cuenta. No hay nada desde el viernes a las dos de
la madrugada en la que esa misma cuenta lanzó la siguiente pregunta: "¿Y tú a qué le tienes
miedo?"
-
No hay nada desde el viernes. Un comentario con miles de
respuestas, sólo eso.
-
¿Crees que puedes hackearle la cuenta? –pregunta Sergio a
Mario, mordiéndose el labio inferior con fuerza, casi lastimándose, producto de
la presión. – Si nos centramos en invadir por separado cada bloque, quizá sea
más fácil.
Mario asiente, da un
largo trago a su café, toma aire profundamente, cierra sus manos y cruje sus
dedos, al segundo está trabajando en lo que su compañero le ha sugerido.
06. 25h.
“¿Quién ha sido? ¿Quién ha sido? ¿QUIÉN HA SIDO?”. El hombre de la
habitación anexa ha perdido los nervios. Está realmente alterado. Su sistema
entero ha caído por algunos segundos y ha tenido que resetear absolutamente
todos los medios para poder expulsar al indeseado huésped que su sistema
albergaba.
La emisión por descontado se ha perdido
durante los minutos que ha durado aquel accidente y desde su lugar ha
conseguido escuchar los gritos de los chicos en la habitación de al lado al
apagarse las luces.
Por costumbre, en aquellos minutos de
oscuridad sepulcral, ha llevado las yemas de sus dedos a la cicatriz de su
rostro, la cual bajo de su ceja forma una pequeña media luna antes de abrirse
camino por toda la mitad derecha de su faz. Clavando su uña en la misma, ha
conseguido incluso hacer que sangre.
Nadie puede negar que eso no estuviera en sus
planes. “¿Cómo fui tan estúpido? TAN ESTÚPIDO, ESTÚPIDO, ESTÚPIDO” Se pone en
pie y comienza a patalear a diestro y siniestro haciendo caer su silla, los
objetos más pequeños de la mesa y que se tambaleé el gran ordenador que copa
casi la totalidad de la pared del fondo de la sala.
Cae desplomado en una de las esquinas y
abraza sus rodillas en medio de un ataque de histeria: “Tengo que matarles,
tengo que matarles a todos antes de que… TENGO QUE MATARLES”. Durante mucho
rato, olvida la hora, olvida el tiempo, olvida su cometido, olvida todo y tan
sólo el fuego de su pasado le rodea.
Siente que su piel vuelve a arder, escucha el
crepitar de las llamas acabar con su antiguo hogar. Los muebles, las cortinas,
la televisión, su cama… ya no queda nada. Escucha los gritos de sus hijos y
siente el tormento que sintió cuando supo que no podía hacer nada por ellos.
Estira de los lugares en los que aun queda pelo en su cabeza y tiembla de
pánico, de angustia y de ira, los remordimientos le acongojan.
06. 35h
Vuelve la luz al lugar en el que el comisario
y el inspector se encuentran. Al principio les ciega y quema sus retinas por lo
que ambos cubren sus ojos instintivamente y tardan algunos segundos en
recuperarse.
Cuando el comisario alza la vista a lo lejos
ve la continuidad de un pasillo que también parece estar realizado sobre la
misma roca y que también está iluminado.
-
Vamos, Carlos, por aquí. Vamos.
Con la pistola preparada, el inspector sigue
a su jefe sin perder por un segundo su fe en que van a conseguir encontrarles.
06:45h
Sergio ha podido hackear la contraseña de la
cuenta de twitter, cosa que le ha reportado pocos datos, pues tal y como ya
sabían, no hay más actividad de la que habían visto. Lo único positivo es que
ahora saben que todas las veces que esa sesión se ha abierto ha sido desde el
barrio de Carabanchel, Madrid.
Mientras él trata de encontrar la dirección
exacta del hogar desde donde se ha entrado, Mario salta desde su asiento con
los brazos en alto, orgulloso de si mismo.
-
¡ESTOY DENTRO DE NUEVO!¡Y AHORA NO VA A PODER DETECTARME!
– El chico grita de pura felicidad y orgullo. - He modificado la forma de
entrar, únicamente ahora soy un virus indetectable en su red. ¿Recuerdas que
fue así como entramos en la página esa de tías? ¡Soy un crack! ¡UN PUTO CRACK,
TÍO!
Como un resorte, también Sergio salta de su
asiento y se dirige a mirar la pantalla del ordenador de su amigo.
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Centrémonos en los chavales - hace clic sobre la columna
que los tiene monitorizados y entonces una ventana emergente se abre. De cada
chico nacen ahora tres opciones - Detonar chip… liberar narcóticos y desactivar
chip…
-
Detonar chip no suena muy bien, tío.
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¿No? ¿De verdad? No me había dado cuenta… – va hasta su
ordenador y entra en la emisión web en directo de la sala, coloca el ordenador
para que ambos puedan verlo y sintiendo una gran presión nacer en su pecho mira
a Mario - ¿Qué hacemos? ¿Desactivamos uno… y si…
Mario no le escucha, directamente pulsa el
botón que dice “desactivar chip” para el número 1, primero que parece estar en
línea y luego mira a la pantalla. Nada fuera de lo normal sucede.
Sergio está sudando tanto como en su vida
debido a la presión a la que se sabe sometido, no se perdonará nunca si en los
próximos minutos cualquiera de los chicos allí encerrados cae muerto. Pero no.
Eso no sucede.
-
¡Todos, todos, rápido! – uno por uno van desactivando
todos los chips hasta no quedar ninguno. – Ahora tenemos que hacer que parezca
que están activados… tu eres el programador web, arréglalo. – Sergio mira a
Mario inquisitivamente y este asiente varias veces al tiempo que comienza a
teclear. - Cambio la interfaz… cambio los comandos de órdenes… arreglo esto,
quito este código…
-
¿Es necesario que me lo retrasmitas cual partido de
fútbol?
-
Es que así me concentro mejor…
06.55h.
El hombre, que todavía sigue tirado en el
suelo escucha el pequeño despertador de su reloj de pulsera marcar los últimos
cinco minutos del proceso. Tambaleándose se pone en pie y llega hasta su silla
rotatoria donde se deja caer con aplomo. Toma aire masajeando su nuca y
enciende el monitor. La última encuesta dice que Andrea debe morir y sólo queda
Alma por ser torturada.
-
Así sea… - su voz es ronca, la típica de aquel que pasa
sus días fumando como un carretero y bebiendo hasta perder la noción de todo.
Esta vez no les hará ningún comunicado. No
está de ánimo para nada. Cree que es lo mejor, pues intuye que ellos ya han
detectado su nerviosismo.
Falta un minuto. La cuenta atrás comienza
mientras él mantiene su dedo fijo en el botón virtual que hará sonar el gong.
30 segundos. 20 segundos. 10 segundos. Suena el gong. Pulsa para el número 8,
Alma, “liberar narcóticos” y para el
número 12, Andra, “detonar chip”. Pasan los minutos… y no sucede nada.
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