TEMAS E IDEAS: Mi ventana, por Ancrugon


Hay ventanas para mirar afuera y las hay para mirar hacia dentro. La mía es de las primeras. Ella me ha mostrado, desde mis primarios años, todo un mundo que ha ido variando en mi fantasía a medida que adquiría conocimientos sobre él. Mi ventana ha sido mi maestra y mis alas, pues por ella sé, por ella sueño y por ella deseo. A veces me olvido de sus rejas, pero es que mi ventana no se limita a sí misma, ni es tampoco mi frontera, ella se convierte en puerta de horizontes a pesar de asomarse a una calle estrecha. Y en verano, mi ventana, además de ojos, es orejas, y me trae los sonidos de la noche a enredarse junto a mi cama. Ella me escucha y yo le hablo en una conversación donde sobran las palabras. Sabe de mí tanto como yo mismo, y me esconde de quien evito, pero llama a todo lo que yo quiero que forme parte de mi alma. Sólo tiene dos problemas: desde ella no se ve el mar y apenas un par de estrellas, pero para eso aprendí a soñar...

En esas cálidas noches de verano donde es un placer dejarse adormecer por la brisa que penetra a través de mi ventana, por el murmullo de las voces de quienes dejan pasar las horas de vigilia en la terraza del bar cercano, de vez en cuando unas risas, luego alguien eleva más de lo prudente el volumen de su voz, ahora unas motos, luego algún coche, niños corriendo y gritando… hasta que llega ese instante mágico en que el silencio, sólo interrumpido por el canto corto y aflautado del sapo partero, quien compite en la oscuridad con el autillo, se hace dueño y señor del universo, y el galán de noche me va emborrachando y transportándome y, de improviso, me despierto súbitamente con asombro de lo tarde que ya es… aunque siempre se alarga unos minutos más, unos minutos más… entonces soy capaz de oír mis propios pensamientos.

Últimamente ocurre que, desde hace una semana, más o menos, allá sobre las dos de la madrugada, justo cuando la luna desaparece de mi vista agazapándose tras los tejados vecinos, unos pasos lentos, espaciados, sosegados, discretos, se acercan hasta mi ventana, pasan sigilosos ante ella, y se alejan reservados, herméticos, misteriosos, dejándome con la fragancia femenina revoloteando, entre la pituitaria y la hipófisis, pujando por abalanzarse entre mis pliegues cerebrales para reinventar el mismo sueño repetido: perseguir rayos de luna…

No sé quién es, e incluso vagabundeo por las calles del pueblo todos los días como un perro callejero olisqueando cada soplo de viento en busca de ese aroma que me descubra un rostro, cuyo perfil intuyo entre los rizos de sus libres mechones, pero solamente sospechado bello, pues jamás se ha iluminado para mi disfrute. Sin embargo, todavía, en esta semana, más o menos, que llevo atrincherado en el amparo de mi ventana, desde donde persigo su tenue silueta recortada sobre la oscuridad, no he podido descubrir ningún indicio o señal que me señale la dueña de esos pasos que ya espero con la avaricia de quien pretende atesorar los momentos como monedas…

Y aquí estoy, una noche más: el bar hace rato que ha cerrado y con él marcharon las voces y sus murmullar, los niños ya hace bastante tiempo que dejaron descansar sus piernas y gargantas, y nuestra paciencia…, el concierto de flauta de los sapos va por la segunda escena y el galán de noche ya se ha adueñado de mi voluntad… la luna me hace guiños escondiéndose entre las tejas y a lo lejos presiento la cadencia serena, templada, calmosa y suave, aunque clara, de los pasos esperados, y la ventana se hace grande, inmensa, inconmensurablemente vasta para permitirme disfrutar de cada átomo de su travesía, de cada oscilación de su marcha, de cada irradiación de su penumbra… Y mi ánimo se predispone hacia la quietud, la pausa, la paz, la nada…



Ya veis, me he equivocado, porque no es hacia afuera sino hacia dentro de mí, donde mira mi ventana.



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