ESCRITOS DE MI MEMORIA: Carta de amor, por Carmen Tomás Asensio


Querido mío:

Esta es una carta entre las muchas que te he dedicado durante nuestra vida en pareja. Pero pretendo que sea una carta especial. Un resumen de lo que ha sido nuestra vida, nuestra historia. Con sus dificultades, sus renuncias, sus logros y sus alegrías.
Después de cuarenta y nueve años de matrimonio y once hijos que han sido la recompensa a nuestro esfuerzo, ¿qué fuiste para mí?
El principio de mi vida cada mañana, mi gratitud y mi paz por tu apoyo en cada noche. Nuestras charlas, tan largas, cada noche, con las manos enlazadas y el corazón abierto. La alegría de nuestros recuerdos y las discusiones para llegar a poner en común nuestras ideas, nuestros proyectos no siempre alcanzados, pero sí emprendidos con buena voluntad y el deseo de favorecer el porvenir y la formación de nuestros hijos. Con actitudes de respeto y libertad.
Encuentro. Compromiso. Amarse. Realizarse. Aprender. Compartir. Entregarse al otro. Ideales y sueños, proyectos, esfuerzos y mucho amor. Siempre estuvimos enamorados, siempre intentamos ponernos de acuerdo en lo que teníamos que hacer y en cómo realizarlo. Reíamos juntos, lloramos y sufrimos. Rezamos con las manos unidas. Nos guardamos fidelidad y respeto.
Tu viajabas y yo estaba en casa ocupándome de los niños, que nos necesitaban. Hombro con hombro los sacamos adelante. También discutíamos, pero siempre recordamos la promesa que nos hicimos al principio de nuestra vida en común: “Nunca acostarse sin darse un beso”. Eso lo cumplimos, aunque alguna noche al beso le faltaba ternura y le sobraba rapidez. Pero todo volvía a la normalidad. Nos disculpábamos los dos, rivalizando en generosidad. El amor estaba allí y tenía que aflorar. No podía quedarse dentro.
Yo me di cuenta primero: no podíamos pretender que el cariño que nos teníamos se manifestase de la misma manera para siempre. Estaba en nosotros, pero era natural que se expresase de distinta forma con el paso del tiempo. El entusiasmo, los proyectos, la pasión de los primeros años, se atenúa. Está más lleno de reflexión, de serenidad, de comunicación más pacífica.
A ti esto no te gustó demasiado:
- Has cambiado – me decías. – No me quieres como antes.
- Claro que sí – te contestaba. – Te quiero igual, pero de manera más profunda y serena. Nos tenemos el uno al otro. Nos queremos. Los chicos ya no nos necesitan. Acomodemos nuestro presente a estos cambios. Ojalá yo sepa llegar al fondo de tu corazón, cuando te digo cuánto te quiero…


Luego te pusiste enfermo y no fuimos conscientes de la gravedad hasta que ya no hubo remedio. Te negabas a ir al médico, pero luego supimos que lo habías hecho privadamente, que sabías el diagnóstico y no querías preocuparnos.
Te cuidamos, pensando que era algo pasajero y dejamos de presionarte para que te viese un especialista.
Cuando menos se esperaba, te fuiste.
Así, tranquilamente, mientras dormías.
Yo había rezado contigo, cogidos de la mano, como antes, como siempre, el día anterior. Parecías más animado y me lo transmitías con la presión de los dedos. Nos sentimos felices.
Esa noche te acostamos y no parecía que hubiera nada especial.
Tu yerno leía en la habitación de al lado y a la madrugada pasó a darte una vuelta. Ya no estabas. Es así como nos lo anunció a tu hija y a mí, que dormíamos: “Se ha ido”.
Habíamos prometido querernos para siempre, pero no sabíamos cuando nos íbamos a separar y quién se iría el primero. Me dejaste sola, rodeada de hijos y nietos. Me tuve que acostumbrar a vivir sin ti, después de haberte dedicado toda mi vida.
Tus cenizas están bajo el algarrobo del jardín. Todos decidimos que era el mejor lugar: allí donde leías y escuchabas música. Hay sitio para mí bajo las margaritas que hemos plantado.
Yo te sigo escribiendo, casi cada día, antes de que las nieblas de mi memoria me borren los recuerdos. Porque estás aquí, en todas partes: en los rumores de la casa, los sillones con la huella de tu cuerpo, los lugares que fueron tuyos y que seguirán siéndolo; los espacios donde tejimos sueños, proyectos que nunca terminamos; ideas compartidas, lecturas disfrutadas.
Donde yo estoy, allí te siento. Me sonríes desde todas las fotografías y eres tú el que encuentra las cosas que olvido. Y el que abre las flores de mis macetas, para que yo disfrute de sus colores y su aroma. Porque nos seguimos queriendo a través del tiempo y de las cosas; tan lejos y tan cerca, donde yo estoy tú estás; tú lo sabes, yo sólo lo presiento. El tiempo acorta las distancias: allí estaré, voy a tu encuentro.



Visitas recibidas por esta página hasta el 10 / 10 / 2019:

1.203

Comentarios

Entradas populares de este blog

MEMORIAS DEL EXILIO: Aproximación a Gilberto Bosques, por José Luis Morro Casas

EL ARPA DORMIDA: La magia de las palabras. Wislawa Szymborska, por Ancrugon

MEZCLANDO COLORES: La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí, por Fe.Li.Pe.