CONVERSACIONES CON MI GATO: Cualquier madrugada, por David de Molay
Tengo una caja de música, como la conciencia, en donde todo lo guardo; y
alguna vez, cuando el tiempo dobla la esquina de lo vivido, la abro y suena la música
de los recuerdos y de los deseos guardado.
Es de madera de roble, fuerte, como la misma ilusión de vivir, sencilla
sin adornos ni lujos, como es mi forma de ser; en su interior hay un pequeño
espejo brillante y diáfano, como los ojos de la mujer que amo.
En ella guardo mis ilusiones, la primera vez que la vi, la segunda
cuando la amé, y la tercera fue ayer, una mirada, un deseo, unos puntos
suspensivos, o quizás algún punto y seguido, o punto y aparte; sólo depende de
ti que cada día yo la siga abriendo para guardar las ilusiones de cada día…
y volverla a abrir, cuando el tiempo doble la esquina de lo vivido.
Son las cuatro y cincuenta y cinco y la madrugada se ausenta, mientras
el pecado frente al perdón… todo parece tan extraño.
Sigue la noche engendrando misterios, y los sueños deambulan por los
espacios perdidos del pensamiento.
Y en el nocturno vacío el escalofrío del silencio, roto por la brisa
que, solitaria y despreocupada, aligera su paso presta a cambiar de rumbo.
Mientras mi alma deambula entre la vigilia y el tiempo; y mi corazón
está despierto, mientras mi pensamiento sin sueño acompaña a las horas que una
tras otra van en busca de un nuevo día.
Son las cuatro y cincuenta y cinco y la madrugada se ausenta, mientras
el pecado frente al perdón… todo parece tan extraño.
Cuando tus lágrimas de nácar surcan desde los lagrimales de tus ojos de
color caramelo, dibujando un trazo de melancolía sobre tu rostro, y tu mirada
se empaña en tal tristeza, igual que se empaña mi alma cuando te veo; uno
siente los deseos de que tú jamás supieras lo que es llorar de tristeza, pues tu
mirada empañada borra la quietud de ese rostro angelical, que se enciende con
el rubor y el candor como una bella ninfa precursora del amor.
Qué bellos son sus amaneceres, cuando marzo vence al invierno que,
rendido a la evidencia, sólo y frío se muere.
La mañana regala tiempo al día para que alargue un poco más la tarde, y
que la noche tenga más tiempo que nadie para que se acicale.
Te juro que son los amaneceres y sus atardeceres de los que a uno le
incitan a lanzarse al vacío por los bellos acantilados de la poesía, para
buscar versos y prosas y darles forma y convertirlos en deseos; esos deseos de
saber que tú y yo estamos en esto.
Escucha, tiempo, cuando llegues a ella, cuéntale que todo mi tiempo lo
paso pensando en ella, y tú, viento, llévale en tu brisa todos los sentimientos
que por ella siento; a ti, noche, hazle ver con el titilar de tus estrellas lo
que la luz de sus ojos encienden en mi adentro: locuras y deseos; a ti, alba,
cuando llegues a ella en la mañana dile que durante el día vivo amándola; no te
olvides, tarde, cuando en busca del ocaso vayas dile que espero el milagro de
la noche, para contabilizar otro día más en donde desde el alba hasta el ocaso,
incluida la noche, ella es mi única existencia.
Ayer abrí el libro que me regalaste, por la página que con el carmín de
tus labios marcaste, fija quedó la silueta de tu boca en la página siete, tu número,
con un lápiz unos párrafos subrayaste:
“nostalgia lamento del recuerdo
nostalgia
llave de secretos perdidos
nostalgia viajera del tiempo
nostalgia cuando me traes el último te quiero
nostalgia al acordarme del último beso”
cierro el libro que tú me regalaste, y en la página siete, tú número,
allí quedó mi nostalgia, un suspiro y un pensamiento:
“regresa
nostalgia, acude a la soledad del día, pues sin ella no vivo.”
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