MIS AMIGOS LOS LIBROS: La luz que no puedes ver, de Anthony Doerr, por Ancrugon
7
DE AGOSTO DE 1944
OCTAVILLAS
Caen del
cielo como una lluvia al anochecer, sobrevuelan la muralla, hacen piruetas
sobre los tejados, revolotean sobre los barrancos y entre las casas. Calles
enteras se mecen al ritmo de los destellos blancos sobre los adoquines.
«Mensaje urgente para los habitantes de la ciudad —dicen las octavillas—.
Salgan de inmediato a campo abierto».
Sube la
marea. En lo alto cuelga una luna pequeña, amarilla, creciente. Hacia el este,
sobre los tejados de los hoteles que hay frente al mar y en sus jardines
traseros, seis unidades de la artillería pesada norteamericana cargan
proyectiles incendiarios en la boca de los morteros.
La
luz que no puedes ver.
Anthony
Doerr
(Inicio)
De
vez en cuando se cruza en nuestro camino de lecturas una historia que se nos
mete en el cuerpo para formar parte de nuestro bagaje de gratas experiencias y
deseamos hablar de ello a todo el mundo, como si en vez de haber leído un texto,
hubiéramos conocido a una persona que iba a cambiar nuestras vidas… Supongo que
esta novela no llegará a tanto, pero sí recordaré las horas empleadas en su
lectura como bien gastadas y aprovechadas, y por ese motivo siento la necesidad
de haceros partícipes de mis sensaciones y animaros a vivir de primera mano una
nueva aventura entre las páginas de un libro.
La luz que no puedes ver está dirigida a
los sentidos, pero tiene la virtud de la sencillez, de ese tipo de sencillez
que nace del trabajo meticuloso, concienzudo, capaz de moldear obras de arte
sin afeites innecesarios y sin artificios que despisten la lectura. Su lenguaje
es claro y dice precisamente lo que pretende decir, gracias a una prosa tan
natural y rica que podríamos calificarla de lírica, cuyas descripciones
sensoriales hacen que percibamos tanto objetos como acciones o sucesos con una
viva profundidad.
En
la novela se nos presentan varias historias entrelazadas entre sí y divididas
en pequeñas entregas que irán formando un todo, mientras vamos viajando en el
tiempo: desde la evocación del pasado a la realidad del presente, no el actual,
sino aquel de ellos, los actores, aquel del miedo, la locura y la muerte de la
Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no es ningún problema ubicarnos en los
lugares y en las épocas, ni tan siquiera en los personajes, pues todo fluye con
naturalidad bajo una candencia perfectamente transitable. Y siguiendo, paso a
paso, las pequeñas líneas que surgen desde diversos puntos Europa hasta llegar
a la ciudad francesa de Saint-Malo, nos iremos dejando atrapar por la emoción.
La
trama, organizada como un puzle cuyas piezas se nos van aportando a medida que
se avanza y que nosotros debemos ir encajando donde corresponde, está bien
argumentada y sus personajes perfectamente definidos, aunque todos,
absolutamente todos ellos, están revestidos de la ambigua realidad, pues nadie
es bueno ni malo, sino todo lo contrario, o todo a la vez, o nada… ¿quién sabe
en verdad cómo es?... Todos son héroes y villanos, valientes y cobardes, osados
y prudentes, asesinos y virtuosos en una época en que la mayor empresa de cada
persona era salvar su propia vida. Todos están construidos y delimitados
cabalmente dentro de su propia psicología y gracias a ellos vemos los horrores
de la guerra sin entrar en los detalles de batallas, ni holocaustos, ni
personajes de renombre, pues, a fin de cuentas, la verdadera historia se
desarrolla entre la gente normal y corriente.
Y
así, llevados por la magia de las palabras, nos vamos introduciendo en los
diferentes papeles de unos protagonistas emocionantes, sobre todo por su sincera
humanidad, que les hace ser, a la vez, increíbles y verosímiles: la muchacha
ciega capaz de crear todo un mundo fantástico que le protege del terror que le
rodea en su Francia natal ocupada por las banderas de la cruz gamada, donde su
padre, cuidador del Museo de Historia Natural y guardián de las llaves que
abren las fabulosas puertas de la imaginación, le construye unas impresionantes
maquetas de aquellos lugares en donde vive para que ella pueda aprender las
calles y sus recorridos con la visión de sus dedos, los mismos dedos que leen
las aventuras de Julio Verne, o las espirales de las conchas marinas, o los
rostros de los amigos; el muchacho huérfano de las minas de carbón alemanas,
quien reside con su hermana, más pequeña, pero más imbuida en la realidad, dentro
de un humilde orfanato y cuya afición a las viejas radios, a sus ondas, a sus
voces, le hace capaz de construir receptores de sueños para saltar sobre las
fronteras, hasta llegar a ser un rastreador de comunicaciones enemigas y
encontrar localizaciones imposibles dentro del ejército nazi; el tío loco que
se niega a salir a la calle y se cobija en su viejo caserón sobre el mar de
Bretaña, parapetado tras su emisora clandestina y sus libros y su música,
cuidado por un criada anciana, aunque vital, activa y comprometida con la
resistencia; el débil amigo rico, abandonado por todos, incluso su familia, y
centro de todas la burlas, odios y maltratos, quien, con sus ojos miopes,
pretende captar el vuelo de los pájaros a los que reconoce con un simple
trinar; el oficial alemán, quizá el único tallador de diamantes de Alemania que
no es judío, sentenciado a muerte por una enfermedad que le va consumiendo, y
que está obsesionado por encontrar la joya más preciada del museo porque, según
creencia general, da la eternidad a quien lo posee, aunque la desgracia a
quienes le rodean; el viejo vagabundo dueño de las llaves del mundo fantástico
de la gruta del mar…; el vecino ambicioso y delator…; el gigante asesino y
defensor, a la vez…; la directora francesa del orfanato, sacrificada hasta el
final…; y muchos otros más en un mosaico de seres que con sus defectos y
virtudes se van relacionando entre sí hasta confluir en un todo bien
conjuntado.
Es
una novela de lucha, lucha constante por superarse, por alcanzar el siguiente
paso, por seguir adelante, por huir de los fantasmas, por continuar un sueño,
por sobrevivir… Y las diferentes acciones de estos personajes transcienden
mucho más allá de ellos mismos, más allá de su tiempo y su localización, para
crear una red que tarde o temprano se cerrará. La historia narrada es dura, a
veces triste, en otras cruel, pero totalmente verosímil en su fatalidad, sin
embargo, tiene un aura de esperanza, de ensoñación, de ganas de vivir que, a
pesar de todos los acontecimientos que se nos muestran, no nos hace perder la
fe en el ser humano, sino todo lo contrario.
Por
todo ello no es una casualidad que su autor, el norteamericano Anthony Doerr,
haya conseguido tantos premios y nominaciones por su trabajo...
En torno a la obra
ANTHONY DOERR
Nacido
en Cleveland, Ohio, en 1973, Doerr es un autor norteamericano licenciado en
Historia por el Bowdoin College, Maine. Su primera publicación data de 2002 y
consistió en una colección de relatos, cuyas acciones tienen lugar en África y
Nueva Zelanda, donde él pasó algunos años, titulado The Shell Collector. Su primera novela, About Grace, apareció en 2004. Tres años más tarde apareció un
libro de memorias, Four Seasons in Rome. En
el 2010 su segundo libro de relatos, Memory
Wall, y en el 2014 publicó la novela que nos ocupa, All the Light We Cannot See (La luz que no puedes ver), la cual
recibió significativas buenas críticas llegando a ser finalista del National
Book Award for Fiction, siendo calificada por el New York Times como uno de los
mejores libros del año y obteniendo diversos premios en 2015: el Dayton
Literary Peace, el Ohioana Library Association Book y el Pulitzer.
SAINT-MALO
Saint-Malo
es una comuna de Francia metropolitana perteneciente a la región de Bretaña,
justo en el departamento de Ille y Vilaine. La ciudad es muy visitada por los
turistas interesados en su casco histórico, en su puerto deportivo o en su
comercio. Tiene una población cercana a las 45.000 personas, aunque en verano
se multiplica por cuatro. Sus monumentos más destacados son: la Muralla que
rodea la totalidad de la ciudad y cuyos tramos más antiguos datan de la Edad
Media. El Castillo, construido en el año 1424. La Catedral Saint-Vincent,
mezcla de los estilos gótico y románico, construida en el siglo XII y
reconstruida tras la guerra ya que los alemanes la destruyeron parcialmente. La
tumba de Chateaubriand en la isla de Grand Bé. La serie de fuertes que
protegían la ciudad, como el Fort National, construido en 1689, el Fort de la
Cnchée, de 1705 y construido por Vauban, y el Fort del Petit Bé. Así como las
ruinas de la catedral carolingia de Aleth, la Torre Solidor, el Fuerte de Aleth
y el conjunto Búnkeres alemanes, todo ello en la comuna aledaña de
Saint-Servan.
Su
historia se remonta a la tribu gala de los corosiolitas quienes se
establecieron en la zona de Aleth, allá por el siglo III, siendo fortificada la
población en la época romana. Pero el tramo histórico que nos interesa es el
que comienza tras el desembarco de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial,
cuando los alemanes se hicieron fuertes en ella para intentar impedir el avance
de los aliados, y que fue duramente bombardeada por los norteamericanos,
utilizando por primera vez el napalm, hasta que el general Andreas Maria Karl
von Aulock se rindió, quedando la ciudad bastante dañada, durando la
restauración de la misma más de veinte años.
Una
vez logrado el desembarco de las tropas, siete semanas después del día D, el
ejército aliado lanzó una ofensiva, denominada Operación Cobra, llegando el
Tercer Ejército Norteamericano, al mando del general Patton, hasta los
principales puertos de Bretaña donde los alemanes se habían fortificado, entre
ellos Saint-Malo. Sus intenciones eran las de apoderarse de estos puertos para
permitir el desembarco de los soldados y el armamento que llegaba desde los
Estados Unidos. Sin embargo, la dura resistencia nazi en Saint-Malo, ya que
este fuerte contaba con más de trece mil hombres y una buena defensa artillera
en búnkeres, frenó el avance, así que los americanos decidieron tomar la ciudad
comandada por el coronel von Aulock, quien ordenó la evacuación de la población.
El domingo 6 de agosto de 1844 comenzó el bombardeo de Saint-Malo, tanto por
medio de artillería como con aviones y el centro histórico se llenó de
incendios y la destrucción fue masiva. Ante este ataque, los alemanes toman una
cierta cantidad de rehenes entre los civiles y los encierran en Fort National.
Pero las tropas americanas habían cortado todas las líneas de suministros
alemanas y la ciudad se rindió el 14 de agosto, quedando la presencia alemana
reducida a la isla de Cézembre, a escaso kilómetros de la costa, y a la
fortaleza subterránea de Aleth. La isla fue arrasada siendo el primer lugar del
mundo donde se utilizarían las bombas de napalm. Por fin, el 2 de septiembre,
se rindieron los últimos focos de resistencia nazis.
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