LAS COSAS DE ALY: La Alicia del espejo, por Aly y Ancrugon


Alicia llegaba tarde. La verdad es que el sentido de la puntualidad no es una de sus virtudes, pero aun así no acostumbra a retrasarse más de unos pocos minutos, sin embargo, aquella tarde ya sobrepasaba con creces la media hora. Le envié varios mensajes por el móvil sin respuesta alguna, lo que me causó un cierto estupor, mezcla de preocupación y enfado, que iba creciendo a medida que pasaba el tiempo, y cuando ya di por concluida la espera y me disponía a marcharme, apareció como un tornado... Y antes de que se me ocurriera emitir ni una sola queja, soltó toda una retahíla de justificaciones que me desarmaron por completo:

- ¡Es que ya sabía yo que me iba a pasar esto!… ¡Siempre que salgo con mi madre a pasear, se nos hace tarde!… ¡Y mira que se lo digo, pero nada!... ¡Se enrolla como las persianas!... Y claro, yo tenía que ducharme, no iba a venir toda sudada… Pero como siempre mi hermanita se ha adelantado, porque dice que tardo mucho… Y es que yo no puedo darme una ducha así por encima y ya está, no, yo necesito mi tiempo… ¡Sí, sí, no me mires así!... Yo necesito más de media hora… Y mira, mira, ni me he secado el pelo para que no te enfadases por tardar… - supongo que aquí puse una cara bastante evidente porque rápidamente añadió: - Pues sí, oye, si me pongo a secarme el pelo y todo eso, me paso más de una hora… Yo no puedo hacerlo más rápido…

- Pues ya me explicarás para qué necesitas tanto tiempo por una simple ducha – dije ya más divertido que enojado.

¡Y vaya que me lo explicó!... Y me hizo tanta gracia que la amenacé con escribir algo sobre ello para burlarme de ella, a lo que Alicia se limitó a decir:

- ¡Vale, y lo juntamos a la colección de cuentos!



LA ALICIA DEL ESPEJO

Cuando Alicia entraba a la ducha todos en su casa sabían que era para mucho, mucho tiempo. Menos mal que había otro aseo porque, de lo contrario, las necesidades primarias del resto de los miembros de la familia hubiesen corrido un grave peligro para poder llevarse a cabo.

- ¿Y qué hace esta chiquilla tantas horas ahí dentro? – protestaba el padre moviéndose inquieto y con las piernas apretadas para contener una urgencia imperiosa de la madre naturaleza.

- ¡Alicia!...  ¡Haz el favor de salir ya de una vez! – gritaba la madre con la paciencia perdida.

- Si no sales ya, me pondré tus pantalones nuevos y tu blusa azul – amenazaba la hermana al borde de un ataque de nervios.

Pero Alicia no se enteraba porque no escuchaba nada de nada.

Lo primero que hacía Alicia al entrar en el cuarto de baño era conectar su móvil a unos altavoces externos que, a pesar de su reducido tamaño, proyectaban la música a un volumen que, más que sordo, deberías estar muerto para no escucharla. Y, acto seguido, comenzaba el espectáculo: desde el inicio del acto de desvestirse, hasta el final de envolverse en una toalla, pasando por los innumerables episodios intermedios, el cuerpo de Alicia era un sin parar de movimientos, más o menos rítmicos, intentando seguir, con mayor o menor fortuna, las múltiples melodías y ritmos que se iban sucediendo, eso sí, acompañadas por su particular versión de las canciones a pleno pulmón, y todo, como no, ante el espejo, donde ella podía apreciar a la perfección, tras limpiar el vaho del vapor de agua, sus torsiones y distorsiones, sus gestos y sus muecas, sus miradas tentadoras, destinadas a un futuro encuentro, y las de terror, provocadas por la presencia de alguna arañita despistada… Pero Alicia se deleitaba observando sus propias ondulaciones repetidas por la figura del espejo y el tiempo carecía de sentido… ¡y eso dos veces al día, como mínimo!

Pero en una ocasión ocurrió algo que le hizo cambiar por completo aquel ritual casi sagrado. Era un día como cualquier otro, con la salvedad de ser verano, un dato sin importancia a no ser que en esa estación las duchas ascendían hasta cuatro diarias y las ventanas permanecían abiertas. Creo recordar que aquella era la correspondiente a la de antes de cenar tras una tarde empleada al deporte y al sudor, y con unas perspectivas nocturnas de discomóvil, amigas y chicos… Todo normal: el padre protestando, la madre gritando, la hermana amenazando, la música a todo volumen, los vecinos suplicando y Alicia contorsionándose y berreando a todo pulmón mientras se admiraba al espejo donde, además de verse a sí misma como una marioneta obediente a todos sus deseos transmitidos por unos hilos invisibles, ella se imaginaba a un público entregado, enamorado, conquistado que le aplaudía y ovacionaba hasta llorar de emoción. Pero esa vez, tras un giro acrobático que le hizo perder la toalla y quedar cual Eva en el Paraíso, cosa que no le importó en lo más mínimo, Alicia observó, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, algo increíble, inaudito, impensable, inimaginable… pues su propia figura del espejo recogía la toalla repetida y se cubría con ella el cuerpo desnudo y tomaba asiento, con cara de estar bastante ofendida, sobre la tapa del inodoro.

Alicia se frotó los ojos, se mojó la cara con agua fría, se dio dos bofetadas tan fuertes que se le marcaron los dedos en las mejillas, pero cuando volvió a mirar al espejo allí estaba su otro yo, sentada en el inodoro inverso, cubierta con la toalla, con las piernas cruzadas, moviendo el pie derecho con impaciencia y con una cara de tan pocos amigos que tiraba para atrás. Y sólo se le ocurrió gritar con todas sus fuerzas:

- ¡Papá!...

- No, no grites, no te va a hacer caso nadie… - dijo su voz a través del espejo. - ¡Estamos todos hartos!... ¿Sabes lo que te digo?... ¡Yo dimito!

- ¿Dimites? – logró preguntar Alicia sin saber a quién y cada vez más sorprendida.

- ¡Sí, dimito! Seré tu reflejo porque no me queda más remedio, pero no pienso repetir ni una más de las memeces que realizas, así que tú haz lo que quieras, que yo haré lo se me antoje.

Y desde entonces Alicia no se ha vuelto a mirar intencionadamente a ningún espejo, y cuando no tiene más remedio, como al pasar delante de algún escaparate, o en lo probadores de las tiendas de ropa, o algo así, siempre ve a la otra Alicia, la del espejo, o burlándose de ella, o bailando a su bola o haciendo cualquier cosa, menos repetir lo que ella esté haciendo.



Sin embargo, en cuanto lo leyó, me llamó muy enfadada:

- ¡Ala, ¿estás tonto?... ahora tendré miedo de mirarme en el espejo por si ocurre eso de verdad!



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